Amanecer con neblina

domingo, 11 de enero de
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Al comienzo del día, suele darse el fenómeno de la neblina. Más precisamente cuando la atmósfera es fría debajo de un aire templado.
Algo parecido ocurre cuando nos disponemos a orar: por más que sabemos que nos exponemos al Amor de Dios, el corazón suele comenzar frío. Esto lleva algunas veces a que nos desanimemos y no persistamos en la disposición del comienzo. A ello se le suma que el que tienta (conociendo que huimos con rapidez del sufrimiento), insiste en desalentarnos, como si lo que es momentáneo fuera a ser para siempre.
Es el momento entonces, de recordar la enseñanza de “la neblina”, y de confiar empecinadamente en la fuerza del calor del amor de Dios para disipar lo que nubla e impide que las cosas se vean claro.
La sabiduría popular del hombre de campo, conoce que los días que amanecen con neblina, hacia el mediodía se vuelven limpios de sol. Esto es lo que tenemos que recordarle al propio corazón. Si no ve claro, no es porque no esté el amor de Dios vuelto hacia él, sino porque su amor, su confianza, su docilidad, su generosidad para con Dios, todavía están frías.
La neblina suele levantarse de a poco, y cuando menos nos acordamos, ya se disipó. Por eso, no hay que poner tanto el acento en nuestros fríos, sino en el calor que Dios acerca con cada palabra suya (“permanecé en mí”, “no temas”, “estoy con ustedes hasta el fin del mundo”…).


[J. Albisu]

 

Fer Gigliotti