En la orilla..

martes, 13 de enero de

Maestro, el mar es muy peligroso. Hay veces que mejor no pensar en él. Quisiera estar sentado en la orilla, tal vez algo bueno pase allí. Estoy seguro que mis fuerzas no van a lograrlo. Si al menos tuviera una buena barca para atravesarlo..

Maestro, pienso en tener un campo. Trabajar duro cada mañana para que la cosecha sea abundante. Volver a casa y darle un beso a mi esposa y a mis hijos. Quiero una vida así. El campo no me da miedo. Estoy acostumbrado a él…

 

Señor, es fácil dejar a mitad del mar, cuando las fuerzas se acaban y la decisión vacila. He sabido de muchos expertos en mar y de brazos fuertes que se han ahogado, y de otros que se han confundido de orilla llegando a una isla vacía no muy lejana. Mira que yo con mis brazos débiles y mi poca vista podre… a menos que un milagro suceda.

 

Una vez supe de un hombre que no se animó a seguirte. El pequeño campo que tenía se lo arruinó la peste. Su mujer enfermó y no le pudo dar hijos. Sus amigos lo dejaron sólo. Ahora se contenta con su ranchito a la orilla del mar, donde cada mañana se lamenta de lo que tuvo. Se marchitó por dentro, no porque tu lo hayas querido, sino porque escogió el temor.

 

También supe de un hombre que escuchó tu voz; vendió su pequeño campo y dio el dinero a los mas pobres. Dejó lo que tenía pensado hacer y se metió en el mar. De camino una tormenta lo asotó y perdió hasta la barca. Este hombre no conocía de mar, ni siquiera tenía fuerzas para nadar contra la corriente. Más tarde me enteré que había llegado al otro lado, cansado, mareado, descompuesto de tanto nadar, herido por la sal del mar y por los peces malos, había perdido el conocimiento y la marea lo condujo mientras dormía. Dijo que cuando llegó tu lo estabas esperando, y en el momento que lo abrasaste quedó renovado por dentro y sus heridas sanaron. Había tragado agua y los pájaros le habían estado mordiendo. Las cicatrices lo atestiguan. Dice que cuando una tormenta lo quería llevar de vuelta, el te rogaba a Tí y de golpe salía el sol. Calmabas la tormenta para él. Cuentan que ahora es el hombre más feliz del mar. Reparte panes, pesca y camina contigo, sana las llagas y le brillan los ojos cuando habla de Tí.

Señor, ¿qué es lo que quieres de mí?. Ahora que sabes que debo elegir, no me dejes hacerlo mal. No te pido que me quites el miedo al mar, ni que ninguna tormenta me azote, sino que me animes a seguir tu voz. Esa dulce voz que escucho del otro lado y que resuena dentro mío: “déjalo todo, y sígueme”.

A veces me apichona y otras veces me ensancha el alma. Pero lo cierto es que no puedo callarla. Que no me quede cómodo en mi orilla. Que no me guarde, que no me impulse el temor. Prefiero perderlo todo por Ti, a tenerlo todo para mi. Te doy mi mano, enséñame a nadar y a confiar en que Tu estás del otro lado, esperándome con tu abrazo.

 

Emiliano PAREDES