Primera carta de una misionera argentina en Brasil

jueves, 16 de abril de

De Vir­gi­nia, de Hel­ve­cia (Santa Fe), extracto de su pri­mera carta desde Brasil:

Nues­tra casa es el cora­zón del barrio y esto puede sonar un poco fuerte, ¿no? Sabe­mos las fun­cio­nes impor­tan­tes y nece­sa­rias que él cora­zón rea­liza en nues­tro cuerpo; todo pasa por él, incluso los sen­ti­mien­tos. En nues­tra casa acon­tece casi lo mismo, no existe ni el tiempo, ni el espa­cio, nues­tra casa es una casa de puer­tas y brazos abier­tos, que late al ritmo de nues­tro barrio. Todas las per­so­nas pasan por aquí ya sea a pedir un vaso de agua, un café, un plato de comida, a hacer cura­ti­vos, o las tareas de la escuela, esto pasa más seguido de lo que se ima­gi­nan, o sim­ple­mente a buscar un oído atento, unos brazos que abra­cen junto a ellos sus sufri­mien­tos, o unos ojos que miren la dig­ni­dad de cada per­sona.

Nues­tro barrio es una gran mezcla de razas, muchos de ellos son des­cen­dien­tes de afri­ca­nos que anti­gua­mente fueron com­pra­dos como escla­vos, de igual modo el sufri­miento sigue siendo el deno­mi­na­dor común. Sufri­miento que no dis­tin­gue edades ni razas y se tra­duce en el uso de drogas y alcohol para evadir la rea­li­dad que tanto dolor les causa. Sin embargo pese a todo eso es impo­si­ble des­cri­bir la ale­gría innata que llevan con­sigo y que ver­da­de­ra­mente con­ta­gia; no tar­da­ron mucho en acep­tarme como su nueva “tía”-así es como nos llaman- y colo­carme sobre­nom­bres como pimien­tita, peque­ni­nia, muñeca, o bebe­sinha como gusta de lla­marme una Sra muy cer­cana a nues­tra casa-mi aspecto no cola­bora para que los apodos sean dis­tin­tos. ¡Ima­gi­nen cuánto se agrandó mi fami­lia!

 

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