Sin embargo no en todo regresa como vino. Algo cambia, y algo fundamental y trascendente San Ambrosio lo ha definido con solo cuatro palabras magistrales: Bajó Dios, subió hombre. El que descendió era solo Dios, el que ascendió era Dios y hombre. Y lo que sube es un hombre entero, en cuerpo y alma.
Un poeta ha cantado este «botín» de Dios con estas palabras:
Y ahora te vas, oh vencedor llagado de tanta luz por el ardiente cielo. Convertida la carne en puro vuelo subes, Señor, hacia el total remado. Regresa el alma a su primer deseo y te llevas la carne rescatada igual que el capitán lleva la espada del vencido enemigo por trofeo.
La carne de un hombre, de un verdadero hombre, entra ahora a formar parte de esa nueva vida y se hace eternidad. Ninguna otra religión se había atrevido a tanto. Cuando se acusa al cristianismo de menosprecio de las realidades temporales, de temor puritano a la carne, es que realmente no se ha entendido nada de nada. Esta carne que ahora asciende a los cielos y se incorpora al Padre es carne sin pecado, pero no por ello menos carne, carne transfigurada, pero carne radical y absolutamente humana. Este es, pues, el día del triunfo de los valores humanos, el día de su gran y definitiva victoria.
La ascensión como venida
Un triunfo, no una pérdida. Ni siquiera pérdida para quienes aquí hemos quedado. En la tradición cristiana hay una cierta nota de tristeza añadida a esta alegría de la ascensión la de la horfandad de los que aun peregrinamos en el mundo.
Fray Luis de León recogió esta nostalgia en uno de sus mas bellos poemas:
¿Y dejas, pastor santo tu grey en este valle hondo oscuro con soledad y llanto, y tu rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro”? Los antes bienhadados y los ahora tristes y afligidos, a tus pechos criados, de ti desposeídos ¿a do convertirán ya sus sentidos? ¡Ay, nube envidiosa aun de este breve gozo ¿que te quejas? ¿no vuelas presurosa? ¡Cuan rica tu te alejas! ¡Cuan pobres y cuan ciegos, ay, nos dejas!
El poema es bellísimo, pero esta conducido más por el sentimiento que por la teología. En realidad, en la ascensión hay, más que una partida, una desaparición. Jesús no se va, simplemente deja de ser visible. En la ascensión, Cristo no nos dejo huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras presencias.
Si la ascensión de Cristo hubiera sido una verdadera y total partida, de la que solo nos quedase un recuerdo, como ocurre con nuestros muertos queridos, esta suena una fiesta triste, en la que deberíamos apesadumbrarnos. Su encielamiento —escribe justamente Evely— seria para nosotros como un enterramiento. Pero la verdad es que Cristo se quedo verdadera y realmente con nosotros hasta la consumación de los siglos. Así lo había prometido, asi lo cumplió.
Por la ascensión Cristo no se fue a otro lugar sino que entró en la plenitud de su Padre ya como Dios y como hombre. Fue exaltado, glorificado en su humanidad. Y, precisamente por eso, se puso mas que nunca en relación con cada uno de nosotros. Es, por ello, muy importante entender que queremos decir cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que esta sentado a la diestra de Dios Padre.
En la Biblia la palabra cielo no denomina propiamente un lugar, es un símbolo para expresar la grandeza de Dios. Cuando el hombre percibe la distancia que hay entre el y Dios, abre los ojos y no encuentra otra forma de expresión que señalar la distancia entre la tierra y el cielo, como el niño que dice a su madre que la quiere «desde aquí hasta el cielo». Así la Biblia habla de que Dios esta en los cielos y nosotros en la tierra (Ecl 5,1) o de que los cielos son cielos para Yahve la tierra se la dio a los hijos de los hombres (Sal 115, 16). Y solo esta queriendo decir que Dios es grande y pequeño el hombre.
El hombre ve que el cielo no esta sujeto a las leyes comunes de la materia conocida por el, que lo domina todo, que rema impávido sobre el universo, que nadie puede escalarlo, que incluso la mirada del hombre es impotente para descubrirlo entero ¿Que mejor símbolo podía encontrar para describir la grandeza de Dios? Del cielo ademas descienden la luz y la lluvia que nos recuerdan como Dios es el origen de todo conocimiento y fecundidad. Pero es evidente que, con todo ello, no se esta diciendo que Dios este arriba, en un lugar concreto y que a ese lejano lugar se haya ido Cristo.
Con la ascensión, Cristo no se «alejó», sino que asumió una vida con la que realmente podía estar mas cerca de nosotros, adquirió una eficacia infinita que le permitía estar en todas partes. San Pablo definiría esta realidad con una frase definitiva al decir que subió a los cielos para llenarlo todo con su presencia (Ef 4, 10) Y lo mismo señala el prefacio de la misa de la ascensión que no dice que Jesús ascendiera para gozar la plenitud de su divinidad, sino para comunicarnos su divinidad. Su marcha no es, pues, una lejanía, sino una intensificación de su presencia.
Por eso cuando decimos que Cristo está sentado a la derecha del Padre, no caigamos en la ingenuidad de creer que se trata de un desplazamiento local o en la tontería de creer que entonces el Padre estaría a la izquierda del Hijo. Lo único que esas palabras quieren decir es que Cristo ingresa en la plenitud de su gloria. Pues, lo mismo que al encarnarse, al venir al mundo para salvarnos, no por ello se alejó de su Padre, igualmente ahora al «irse al Padre» sigue estando con nosotros.
Por otro lado ¿dónde esta el Padre? San Juan nos da la respuesta definitiva en palabras de Jesús. Si alguno me ama guardara mis palabras y mi Padre me amara y vendremos a el y haremos en el nuestra morada. Y obsérvese que aquí no se habla de una presencia cualquiera, sino de una morada, que, como apunta Lochet, dice mucho más que una presencia. Un hombre esta presente en la calle, en la oficina, pero la morada la tiene solo en su casa, donde realiza una especialisima y calida presencia. Dios tiene, pues, una casa y esa casa son precisamente los que le aman. En su ascensión, Cristo se sienta a la derecha del Padre, allí donde el Padre está: en el corazón de los que guardan la palabra de Cristo. Ese es el cielo.
Porque, como apunta Cabodevilla, mejor que decir que Cristo está en el cielo, debemos decir que el cielo está allí donde está Cristo. ¿Y dónde está Cristo sino en el corazón de los suyos?
No se queden mirando al cielo
El evangelista mismo nos da la pista de todas estas realidades con las frases que siguen a la narración de la ascensión. Los apóstoles, por muy preparados que pudieran estar para asumir toda sorpresa referida a Cristo, quedaron desbordados por aquel alejarse de Jesús y por la nube que lo cubría. No podían prever este aparato escénico. Y se quedaron boquiabiertos mirando al cielo, sin entender, sin saber si debían estar tristes o alegres.
Miraban tanto al cielo que no se apercibieron siquiera de que junto a ellos habían aparecido dos ángeles, dos «varones» como dice el autor de los Hechos de los apóstoles. ¿Se trata de una verdadera aparición o es sólo un símbolo para expresar una voz interior que los apóstoles sintieron? Las dos respuestas son verosímiles. El evangelio de san Lucas está ciertamente lleno de ángeles: aparecen en casi todos los momentos importantes de la vida del Señor: ellos anuncian su venida, cantan durante su nacimiento, invitan a los pastores a la cuna, vuelven a aparecer en la agonía del huerto, guardan el sepulcro vacío, son los primeros anunciadores de la resurrección… No sorprende, por ello, que volvamos a encontrárnoslos en la ascensión.
Esta vez se dirigen a los apóstoles y les hablan con mucho respeto. No deja de ser curioso el título con el que se dirigen a ellos: Varones galileos… ¿Tratan quizá de recordarles los días de su elección en Galilea? Los discípulos son conducidos de nuevo a reflexionar sobre su misión. La voz angélica les arranca de sus sueños: ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? (Hech 1, 11). Es decir: no es hora de quedarse alelados contemplando ese cielo como si Cristo se hubiera ido; es hora de empezar a trabajar, de continuar su obra. El seguirá estando con ustedes y con todos los demás hombres a través de vosotros. Marcos lo dirá con palabras tajantes: Los apóstoles se fueron a trabajar por el mundo. Y el Señor trabajaba con ellos y apoyaba su predicación con los milagros que la acompañaban (Me 16, 20).
Volverá
Los ángeles, al mismo tiempo que invitan a los apóstoles a la acción, les ofrecen la garantía de que Jesús volverá: Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo (Hech 1,11). Notemos que, en estas palabras, no hay la menor insinuación respecto a la fecha de ese regreso. No dicen: como le habéis visto partir, así le veréis vosotros mismos regresar. Nada alude a un próximo regreso. Dicen que él volverá tal y como se ha ido, con su naturaleza de hombre, con su cuerpo glorioso, con la misma majestad con la que se ha marchado. Su regreso será tan espectacular como lo ha sido su partida. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿En este tiempo nuestro o en los nuevos cielos y las nuevas tierras que nacerán cuando nuestro tiempo acabe? Ninguna respuesta se insinúa. Cuando llegue el momento fijado en los decretos divinos, Cristo volverá a mostrarse fulgurante como un relámpago de un extremo a otro del mundo (Le 17, 24) y se impondrá a toda criatura con gran poder y gloria (Le 21, 27). Entonces todo lo redimido por él se precipitará hacia él, con el ímpetu con que los buitres caen sobre la presa (Le 17, 37). Entonces reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos de la humanidad y con ellos poblará los grandes espacios que van de la tierra al cielo (Me 13, 37; Mt 24, 31).
En estas descripciones, evidentemente simbólicas, se canta el triunfo final de Cristo, esa gran recapitulación de todo en él, que describiera san Pablo y en la que soñara tanto Teilhard de Chardin. Esta ascensión que los apóstoles acaban de presenciar, es como un preludio, un anuncio de ese día en que Cristo enseñoreará sobre toda la realidad.
José Luis Martín Descalzo
Vida y Misterio de Jesús de Nazareth Tomo III
Pag 435 – 439