Venimos no para cambiar todo, sino para ser totalmente cambiados

viernes, 26 de junio de

Carta de Fabiana, misio­nera argen­tina en el Punto Cora­zón de Chile:

Una mañana fría, al volver de rezar laudes a la pieza, veo en nues­tra terraza una mujer dur­miendo y tiri­tando de frío. Era al prin­ci­pio de mi misión, y no podía ima­gi­nar aún cuán sig­ni­fi­ca­tivo iba a ser el encuen­tro con esta per­sona. Esa mañana en el desa­yuno entre risas y llan­tos, K. cuenta que su mamá la echó de su casa, que no tiene donde dormir, que no puede ver a sus hijo, con­fiesa su adic­ción a la pasta base, K. sueña con vivir con su papá y salir de la oscu­ri­dad en la que vive.
Desde ese día K. llegó a nues­tra casa cada mañana, llo­rando, riendo, com­par­tiendo sus penas y sus sueños. A veces dro­gada, a veces alcoho­li­zada. Bus­cando desaho­garse. Durante muchas sema­nas cada mañana K. está en la puerta de nues­tra casa, bus­cando ali­viar su dolor.
Con K des­cu­bri­mos el sufri­miento a través de sus ojos, el rechazo de su fami­lia y de la socie­dad, la angus­tia de su his­to­ria, el dolor que habita su alma. Pero par­ti­cu­lar­mente con K. des­cu­brí mi propio sufri­miento, mi impo­si­bi­li­dad, mi impo­ten­cia. Sentí su rechazo hacia mi varias veces ya que no era la her­mana de comu­ni­dad con la que ella se sentía más cómoda. Con K., me des­cu­brí pobre, pobre de pala­bras, pobre de con­so­la­ción, pobre de pacien­cia, pobre de amor. Por K. lloré muchas veces, por ella recé aún más. Por K. me cues­tioné muchas veces mi forma de ser y mi forma de actuar y hablar.

Como comu­ni­dad fueron muchas las situa­cio­nes en las que K se enojó con noso­tros, que no nos habló, que se ofen­dió, que nos dijo cosas hirien­tes, que nos robó cosas para vender y dro­garse. Frente a todas estas situa­cio­nes, frente a su dolor, frente a las con­di­cio­nes en las que estaba viviendo K. noso­tros nos cues­tio­ná­ba­mos mucho tiempo, como ayu­darla, como podía­mos hacer algo por ella, más que escu­charla, reci­birla y aco­gerla con un café y comida. Bus­ca­mos posi­bles solu­cio­nes, nos vin­cu­la­mos con hoga­res, hos­pi­ta­les que podían brin­darle refu­gio o aten­ción. Pero nada resultó, nada de lo que le pro­pu­si­mos ella aceptó, nada generó un cambio.

“Pero curio­sa­mente con Dios, cuanto más apre­su­ra­dos esta­mos, menos rápido vemos rea­li­zarse nues­tros deseos. Dios es un buen peda­gogo, ¡ante todo Él ve el cre­ci­miento de nues­tro cora­zón!”

Así fue, que sim­ple­mente con­ti­nua­mos secando sus lágri­mas, reci­biendo sus enojos cuando a algo que ella quería le decía­mos que no, acom­pa­ñán­dola en silen­cio mien­tras ella tomaba su café, escu­chá­ba­mos sus gritos y su sofo­ca­ción. En esos ins­tan­tes iba per­ca­tán­dome de la nece­si­dad del ser humano de una pre­sen­cia. Y, poco a poco fuimos des­cu­briendo cada uno, y yo par­ti­cu­lar­mente, que no ibamos a lograr nada que­riendo cam­biar algo de mí, que­riendo cam­biar algo de ella, que­riendo cam­biar su rea­li­dad, su situa­ción. Fui apren­diendo a llorar con ella, a sentir como ella. “Veni­mos no para cam­biar todo, sino para ser total­mente cam­bia­dos. Punto Cora­zón, está del lado de María donde la única arma es el cora­zón al des­nudo”.
Con el tiempo fuimos des­cu­briendo lo que sig­ni­fica dejarlo todo en manos de Dios y el sig­ni­fi­cado de la con­ti­nua­ción de este poema, de estas frases: “No cam­bies el mundo: él está en manos de Dios y Él conoce y sabe.”

 

Puntos Corazón