Carta de Fabiana, misionera argentina en el Punto Corazón de Chile:
Una mañana fría, al volver de rezar laudes a la pieza, veo en nuestra terraza una mujer durmiendo y tiritando de frío. Era al principio de mi misión, y no podía imaginar aún cuán significativo iba a ser el encuentro con esta persona. Esa mañana en el desayuno entre risas y llantos, K. cuenta que su mamá la echó de su casa, que no tiene donde dormir, que no puede ver a sus hijo, confiesa su adicción a la pasta base, K. sueña con vivir con su papá y salir de la oscuridad en la que vive. Desde ese día K. llegó a nuestra casa cada mañana, llorando, riendo, compartiendo sus penas y sus sueños. A veces drogada, a veces alcoholizada. Buscando desahogarse. Durante muchas semanas cada mañana K. está en la puerta de nuestra casa, buscando aliviar su dolor. Con K descubrimos el sufrimiento a través de sus ojos, el rechazo de su familia y de la sociedad, la angustia de su historia, el dolor que habita su alma. Pero particularmente con K. descubrí mi propio sufrimiento, mi imposibilidad, mi impotencia. Sentí su rechazo hacia mi varias veces ya que no era la hermana de comunidad con la que ella se sentía más cómoda. Con K., me descubrí pobre, pobre de palabras, pobre de consolación, pobre de paciencia, pobre de amor. Por K. lloré muchas veces, por ella recé aún más. Por K. me cuestioné muchas veces mi forma de ser y mi forma de actuar y hablar.
Como comunidad fueron muchas las situaciones en las que K se enojó con nosotros, que no nos habló, que se ofendió, que nos dijo cosas hirientes, que nos robó cosas para vender y drogarse. Frente a todas estas situaciones, frente a su dolor, frente a las condiciones en las que estaba viviendo K. nosotros nos cuestionábamos mucho tiempo, como ayudarla, como podíamos hacer algo por ella, más que escucharla, recibirla y acogerla con un café y comida. Buscamos posibles soluciones, nos vinculamos con hogares, hospitales que podían brindarle refugio o atención. Pero nada resultó, nada de lo que le propusimos ella aceptó, nada generó un cambio.
“Pero curiosamente con Dios, cuanto más apresurados estamos, menos rápido vemos realizarse nuestros deseos. Dios es un buen pedagogo, ¡ante todo Él ve el crecimiento de nuestro corazón!”
Así fue, que simplemente continuamos secando sus lágrimas, recibiendo sus enojos cuando a algo que ella quería le decíamos que no, acompañándola en silencio mientras ella tomaba su café, escuchábamos sus gritos y su sofocación. En esos instantes iba percatándome de la necesidad del ser humano de una presencia. Y, poco a poco fuimos descubriendo cada uno, y yo particularmente, que no ibamos a lograr nada queriendo cambiar algo de mí, queriendo cambiar algo de ella, queriendo cambiar su realidad, su situación. Fui aprendiendo a llorar con ella, a sentir como ella. “Venimos no para cambiar todo, sino para ser totalmente cambiados. Punto Corazón, está del lado de María donde la única arma es el corazón al desnudo”. Con el tiempo fuimos descubriendo lo que significa dejarlo todo en manos de Dios y el significado de la continuación de este poema, de estas frases: “No cambies el mundo: él está en manos de Dios y Él conoce y sabe.”