Oración del alma enamorada

lunes, 14 de diciembre de
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¡Señor Dios, amado mío!
Si todavía te acuerdas de mis pecados
para no hacer lo que te ando pidiendo,
haz en ellos, Dios mío, tu voluntad,
que es lo que yo más quiero,
y ejercita tu bondad y misericordia
y serás conocido en ellos.

Y si es que esperas a mis obras
para por ese medio concederme mi ruego,
dámelas tú y óbramelas,
y las penas que tú quisieras aceptar,
y hágase.

Y si a las obras mías no esperas,
¿qué esperas, clementísimo Señor mío?;
¿por qué te tardas?
Porque si, en fin, ha de ser gracia
y misericordia la que en tu Hijo te pido,
toma mi cornadillo, pues le quieres,
y dame este bien,
pues que tú también lo quieres.
¿Quién se podrá librar
de los modos y términos bajos
si no le levantas tú a ti
en pureza de amor, Dios mío?
¿cómo se levantará a ti el hombre,
engendrado y criado en bajezas,
si no le levantas tú, Señor,
con la mano que le hiciste?
No me quitarás, Dios mío,
lo que una vez me diste
en tu único Hijo Jesucristo,
en que me diste todo lo que quiero.
Por eso me holgaré que no te tardarás
si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas,
pues desde luego
puedes amar a Dios en tu corazón?

Míos son los cielos y mía es la tierra;
mías son las gentes,
los justos son míos y míos los pecadores;
los ángeles son míos,
y la Madre de Dios y todas las cosas son mías;
y el mismo Dios es mío y para mí,
porque Cristo es mío y todo para mí.

Pues ¿qué pides y buscas, alma mía?
Tuyo es todo esto, y todo es para ti.
No te pongas en menos
ni repares en meajas
que se caen de la mesa de tu Padre.
Sal fuera y gloríate en tu gloria,
escóndete en ella y goza,
y alcanzarás las peticiones de tu corazón.

San Juan de la Cruz