¿Cómo pedir al cielo y ser escuchado?

lunes, 4 de enero de
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San Claudio de la Colombier, jesuita francés, es conocido como el “apóstol del Sagrado Corazón” de Jesús. Gran predicador, amante de las artes y la literatura, en uno de sus destinos pastorales conoció a una sencilla monja,  Margarita María Alacoque, a la que el Señor estaba revelando los tesoros de su Corazón. Ella esperaba que el mismo Señor cumpliese su promesa de enviarle un “siervo fiel y amigo perfecto suyo” que le ayudaría a cumplir la misión a que la tenía destinada: manifestar al mundo las insondables riquezas de su amor. A ella el Señor le hizo las revelaciones de su corazón y se extendió esta devoción, también, gracias a San Claudio.

Además,  Claudio fue un gran predicador y alcanzó a escribir algunos documentos ascéticos. Entre ellos se encuentra El Abandono confiado a la Divina Providencia.

¿Alguna ves sentiste que no eras escuchado por Dios? ¿Pedís y no obtenés lo que necesitás? En este texto Claudio habla de una oración “infalible” para obtener las gracias del cielo:

“Vean cómo por no pedir bastante, no recibimos nada, porque Dios no podría limitar su liberalidad a pequeños objetos, sin perjudicarnos a nosotros mismos.

Les ruego observen que no digo que no se puedan pedir prosperidades temporales sin ofenderle, y pedir ser liberados de las cruces bajo las que gemimos; sé que para rectificar las oraciones por las que se solicita este tipo de gracias basta con pedirlas con la condición de que no sean contrarias ni a la gloria de Dios, ni a nuestra propia salvación; pero como es difícil que sea glorioso a Dios el escucharos o útil para vosotros, si no aspiráis a mayores dones, les digo que en tanto se contenten con poco, corren el riesgo de no obtener nada.

¿Quieren que les dé un buen método para pedir la felicidad incluso temporal, método capaz de forzar a Dios para que los escuche? Decíle de todo corazón:

Dios mío, dadme tantas riquezas que mi corazón sea satisfecho o inspirame un desprecio tan grande que no las desee más;
librame de la pobreza o hacémela tan amable que la prefiera a todos los tesoros de la tierra;
que cesen estos dolores, o lo que será aún más glorioso para Vos, hacé que cambien en delicias para mí y que lejos de afligirme y de turbar la paz de mi alma lleguen a ser, a su vez, la fuente más dulce de alegría.

Podés descargarme de la cruz; podes dejármela, sin que sienta el peso. Podes extinguir el fuego que me quema; podes hacer, que en lugar de apagarlo para que no me queme, me sirva de refrigerio, como lo fue para los jóvenes hebreos en el horno de Babilonia. Te pido lo uno o lo otro. ¿Qué importa el modo como yo sea feliz? Si lo soy por la posesión de los bienes terrestres, te daré eternas acciones de gracias; si lo soy por la privación de estos mismos bienes, será un prodigio más, gloria a tu nombre quedará, estaré aún más reconocido.

He aquí una oración digna de ser ofrecida a Dios por un verdadero cristiano. Cuando ruegues de este modo, ¿sabes cuál es el efecto de tus votos? En primer lugar estarás contento suceda lo que suceda; ¿acaso desean otra cosa los que están deseosos de bienes temporales que estar contentos? En segundo lugar, no solamente no obtendrás infaliblemente una de las dos cosas que has perdido, sino que ordinariamente obtendrás las dos. Dios te concederá el disfrute de las riquezas; y para que las poseas sin apego y sin peligro, te inspirará a la vez un desprecio saludable. Pondrá fin a tus dolores, y además te dejará una sed ardiente que te dará el mérito de la paciencia, sin que sufras. En una palabra, te hará feliz en esta vida y temiendo que tu dicha no te corrompa, te hará conocer y sentir la vanidad. ¿Se puede desear algo más ventajoso? Nada, sin duda. Pero como una ventaja tan preciosa es digna de ser pedida, acuérdense también que merece ser pedida con insistencia. Pues la razón por la que se obtiene tan poco, no es solamente porque se pide poco, es también porque, se pida poco o mucho, no se pide bastante”

San Claudio de la Colombiere

en El Abandono confiado a la Divina Providencia