26/01/2016 – “El año pasado fuimos a la iglesia de Brochero [en Córdoba] y una señora estaba contando mi historia. Dijo que me habían pegado fuerte en la cabeza y. esas cosas. Mi hermanastro les dijo que me conocía y yo dije: «Soy yo».”
Camila Brusotti, de 10 años, dirige su mirada suave al interlocutor cuando intenta buscar un recuerdo. Se cumplieron dos años desde que volvió a caminar sola, después de que los médicos le pronosticaron la muerte o la vida vegetativa. La golpiza que sufrió en su casa -por la que su madre y su padrastro están detenidos y procesados, acusados de intento de homicidio- la dejó frente a esa terrible encrucijada.
Pero las previsiones científicas no se cumplieron. Al contrario. Mejoró progresivamente sin que los médicos pudieran dar una explicación. “Éste es el milagro que llevará a Brochero a la canonización”, repetía en diciembre de 2013 a su esposa Raúl Ríos, abuelo materno de Camila, a quien había “puesto en manos” de ese sacerdote.
El viernes 22 de enero el Papa firmó un decreto que ratifica la corazonada del abuelo y une para siempre la vida de la mayor de sus seis nietos con la del cura gaucho de cuya muerte hoy se cumplen 102 años. De ahí que el celular de Javier Brusotti, padre de Camila, recibiera el viernes 137 llamadas, que no atendió.
Con 41 años, Brusotti tiene la tenencia provisoria de su hija desde que le dieron el alta, en diciembre de 2013. “Tengo que mantener mi trabajo y no me es posible estar atendiendo a todos los periodistas”, explicó a LA NACION, medio al que recibió ayer en su casa.
“Yo siempre he creído, pero me cuesta explicar qué es un milagro. Es algo muy fuerte. Cuando me dijeron que Camila estaba mal, que tenía 72 horas de vida o quedaría vegetativa, en un primer momento le pedí a Dios. Después empecé a rezar a todas las vírgenes y santos de las estampitas que me daban. Ahora se comprobó que se curó por intermediación de Brochero, a quien también recé. Bienvenido sea. Estoy muy agradecido y me siento en deuda porque yo pedí por la vida de Camila y ella está acá, viva”, cuenta. Él creía que alucinaba cuando, en coma, Camila movía una piernita al momento en que él le hacía escuchar alguna canción de Violetta o le apretaba la mano para responder que lo escuchaba.
Su hija tampoco sabe definir qué es un milagro. Pero no tiene dudas en repetir lo que le han contado: “Cuando yo estaba internada, Brochero hizo un milagro por mí”.
Cuando su madre llegó al Centro Integral de la Mujer y el Niño (Cimyn) de esta ciudad, con Camila en brazos, el 25 de octubre de 2013, dijo que mientras estaba con su pareja la niña se había caído de un caballo. La coartada cayó poco después de que los médicos examinaran a Camila y ambos adultos quedaron detenidos. “Le faltaba todo el parietal derecho. Impresionaba verla porque se veía cómo latía el cerebro debajo del cuero cabelludo“, recuerda Brusotti.
En esos días temblaba cada vez que sonaba su teléfono cuando ya había salido de visitar a Camila en la terapia intensiva. Temía que alguien le anunciara que su hija había muerto. Ella estaba inconsciente. No hablaba, no se movía. Sólo respiraba.
“No pidas nada, Raúl, es preferible que tu nieta muera a que quede como un vegetal”, le dijeron al abuelo dos médicos conocidos y de prestigio. Sin embargo, cuando su bisabuela materna, que por entonces tenía 87 años, le cantó una tema valenciano que siempre le entonaba, Camila sonrió.
El caso de violencia familiar conmocionó a la sociedad sanjuanina y fue ampliamente difundido por los medios locales. Comenzaron cadenas de oración y rezos por su pronta recuperación.
Así, una amiga de los abuelos maternos de la niña, Ninfa Jufré, notó la similitud entre el caso de Camila y el de Nicolás Flores, el niño cordobés que a los once meses perdió masa encefálica por un accidente automovilístico y su recuperación fue reconocida por la Iglesia como un milagro obtenido por intercesión de Brochero. Por eso, el sacerdote fue declarado beato en 2013 . Y Jufré llevó a casa de los Ríos un cuadro con la imagen del cura que le habían dado para “personas enfermas o que lo necesitaran”. Entregó el cuadro con un cuaderno en el que los devotos anotaban sus intenciones y las gracias que iban recibiendo, un libro con la historia de Brochero y la oración para quienes quisieran rezarle una novena.
Raúl y su esposa, Marina, quedaron impactados. “Nosotros no lo buscamos. Brochero vino a nuestro encuentro”, recuerda Marina en diálogo con LA NACION.
“Una vez vi a Camila cuando la llevaban a hacerle una tomografía, le hablé y me di cuenta de que no respondía, no veía, no escuchaba, no hablaba. Hacía 15 días que estaba en terapia intensiva. Y me desesperé. Comencé a levantarme a la madrugada, cerraba las puertas, me quedaba solo con el cuadro de Brochero y le rezaba. Puse a Camila en sus manos y, créame, créame -repite Ríos con voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas-, me imaginé esas manos duras y ásperas por el trabajo y el manejo de las riendas. Le pedí que él ponga a Camila en manos de la Purísima, como llamaba a la Virgen. Este viejo pelado que soy rezó dos veces seguidas la novena que venía en ese libro; dieciocho días en total. Y coincidió que terminando la segunda novena a Camila la sacaron de la terapia intensiva y pasó a intermedia.”
Rápidamente la niña recupera los sentidos y es dada de alta en diciembre. En enero vuelve a caminar y en marzo la someten a una cirugía para ponerle una placa reabsorbible en la cabeza. Salió hablando y en buen estado.
Fuente: La Nación