Evangelio según San Mateo 21,33-43.45-46

viernes, 26 de febrero de
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Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

 

«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.  Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.  Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

 

El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.  Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”.  Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

 

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».  Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.»

 

Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»

 

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.  Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

 

 

 Mt 21,33-43.45-46

 


 

P. Nicolás Retes Sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires

 

El evangelio nos presenta la historia del pueblo de Israel, cómo Dios va enviando a los diferentos mensajeros, los profetas, para que les avise sobre la conversión. Finalmente termina enviando a su propio hijo, para regalarnos la salvación y la vida eterna, la posibilidad de irnos a vivir con Dios. 

 

También la parábola relata cómo no es esperado ninguno de los mensajeros, ni si quiera su propio hijo es valorado ni reconocido. Y ahí lo que sucede: la viña representa al Reino de Dios, que será quitado y dado a otros que sí lo valoren. 

 

¿Cómo recibimos ese reino de Dios que llega a nosotros? ¿Cómo recibimos esa posibilidad de cambio de vida, de conversión que nos presenta Dios? ¿Tenemos el corazón dispuesto a la conversión? ¿Lo reconocemos a Jesús como hijo que Dios que nos viene a traer la salvación, vale decir, una oportunidad para intentarlo, para darnos cuenta que nuestros pecados no son tan grandes como el amor de Dios?. Nada es más grande que el amor de Dios que todo lo puede, y que nos invita una y otra vez a convertirnos, a estar en su presencia,  a tener un corazón distinto no conforme a los valores del mundo sino a los del reino. La fidelidad, la verdad, la justicia, se pueden resumir los valores del reino en la búsqueda del verdadero amor, aquel que plenifica a la persona. 

 

En la parábola vemos todos los intentos amorosos que tiene Dios de rescatar a las personas y ofrecerles una nueva vida más plena, también es para nosotros. Aún hoy Dios nos sigue llamando y nos invita a una vida más plena.

 

En este tiempo de cuaresma pidamos juntos perdón  a Dios por nuestros pecados en el medio del Jubileo de la misericordia y nos acerquemos a Él para recibir esa gracia que sana, que eleva, que nos posibilita una vida nueva. 

 

Oleada Joven