Vivió en una plaza, en una carpa, en un auto. Tenía hambre, sed y sueño. Mendigaba en una panadería conocida y en las casas aledañas un poco de comida. No importaba qué dificultad se cruzaba en la vida de Lucas Cesio, él nunca dejó de estudiar.
El jueves se egresó de la escuela N° 5 “Enrique de Vedia”, de Villa Urquiza, Buenos Aires y en primera persona relató su historia de vida al diario Clarín.
Lucas, de 12 años, recibió su medalla por haber terminado la primaria. Cuando tenía cinco años, él, su mamá y sus dos hermanos quedaron en la calle por un problema económico.
VILLA URQUIZA. Lucas posa junto a sus compañeros de grado (Gentileza diario Clarín).
Los primeros años las noches las pasaban en la Plaza Éxodo Jujeño, en el barrio de Villa Urquiza, a pocas cuadras de la escuela Número 5 “Enrique de Vedia”, donde estudiaba. Todas las mañanas era lo mismo: primero iban hasta una estación de servicio donde les prestaban el baño para que se higienizaran, luego empezaban a caminar y recorrían panaderías, heladerías o pizzerías en las que les daban algo para comer, si es que había: “Con mi familia no pedíamos plata, lo único que queríamos era lo que les sobrara para poder comer. Si nos querían dar dinero les decíamos que no, que preferíamos una empanada”.
A veces el día no era el mejor y Lucas tenía que ir al colegio con el estómago vacío, pero siempre llegaba con la tarea terminada. La hacía abajo de un tubo de luz sentado en el cantero de un árbol u oculto bajo el techo de alguna casa los días de lluvia. No podía consultar las respuestas en Internet y su “Google” era lo que anotaba en clase o lo que su madre recordaba.
Una noche en el que el cielo de Buenos Aires se pintó de gris y una tormenta feroz cayó sobre la ciudad, un vecino solidario se acercó a ellos y les dio las llaves de su auto, un Peugeot 505 color champagne, para que se protejan del agua y el frío.
“Dormíamos como podíamos, me acuerdo que a veces me tenía que bajar del coche en la noche para estirar las piernas porque se me dormían y me dolían. Pero estar en el auto era mejor que en la calle porque ahí tenía miedo de que alguien nos robara o me raptaran”, relató Lucas.
Su cama durante cuatro años fue un espacio del asiento trasero del auto, casi que había olvidado cómo era dormir acostado. “Una vez nos mandaron a un parador que tiene la Ciudad para los que viven en la calle, pero fue horrible. Nos miraban mal y nos gritaban. Esa noche la miré a mi mamá y le dije que no quería venir nunca más y que prefería estar en el coche”.
Mientras tanto en la escuela todos conocían de su situación y eran los mismos compañeros quienes a veces lo invitaban a comer a la casa o le llevaban ropa, pero no había diferencias a la hora de los exámenes o entrega de trabajos prácticos.
“Lo único que admito es que de vez en cuando me sentaba en el último banco y me quedaba dormido, yo no quería pero estaba muy cansado”, se sinceró el muchacho.
A principios de este año Marisa consiguió que le dieran una casilla en Florencio Varela, pero el chico quería terminar el colegio con sus mismos compañeros, asi que para llegar tenía que tomarse un tren, dos colectivos y el subte. Todos los días se levantaba a las 4 de la mañana para poder entrar en horario a la escuela, donde lo recibían con un café con leche y galletitas.
Sabe que esta nueva etapa no será fácil, como tampoco lo fue antes, pero asegura que nunca bajará los brazos.
Ahora sabe que su futuro depende más que nunca de él mismo. Hasta hace poco dudaba cuando le preguntaban que quería estudiar de grande: “Mecánico o veterinario”, respondía. Pero desde que los pilotos Emanuel Moriatis y Matías Rossi lo invitaron a los boxes del TC, lo tiene claro: “Voy a estudiar para ser mecánico de autos”.
Fuente: La voz y Clarín