“Uno de vosotros me entregará…
No cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”
De la cena en Betania pasamos a la última cena, en la cual Jesús se despide de sus discípulos. En medio de ella Jesús le ha lavado los pies a sus discípulos (evangelio del próximo jueves). La comida se interrumpe bruscamente y se da paso a tres escenas que culminan este capítulo del evangelio de Juan:
– El anuncio de la traición de Judas
– Una enseñanza de Jesús sobre el sentido profundo de su pasión y cómo ésta marcará la identidad de los discípulos
– El anuncio de las negaciones de Pedro
En el centro de todo está la persona de Jesús, quien conduce los acontecimientos que se van narrando y dice las palabras fundamentales. Por eso, es a la luz de las palabras centrales de Jesús que hay que entender la contraluz que aparece tanto en Judas como en Pedro.
Ya desde el lavatorio de los pies, Jesús había dicho que no todos estaban limpios aludiendo a quien le iba a entregar. Ahora, mientras continúa la cena, resulta que no todo es familiaridad en la sala: allí está Judas listo para la traición. Jesús, entonces, pone abiertamente el delicado tema.
Jesús, quien se ha sentido profundamente conmovido frente a la muerte de Lázaro también se siente conmovido frente a la perspectiva casi inmediata de su propia muerte: “se turbó en su interior y declaró…” (13,21). Jesús sabe todo, tiene control sobre todo lo que ocurre y aún así no rehuye ante la situación dolorosa personal: el terror de la muerte que ya se intuye en lo que Judas va a hacer.
Jesús no dice el nombre del traidor, pero éste se va descubriendo poco a poco. La iniciativa la toma Pedro, quien le pide al discípulo amado que le pregunte a Jesús quién es el traidor . El discípulo amado hace la pregunta en privado y Jesús le responde enseñándole una contraseña: “Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar”. Y efectivamente así lo hace pero curiosamente el discípulo amado no se la cuenta a Pedro, es una confidencia que el evangelista le cuenta al lector.
La contraseña dada por Jesús correspondía a la cortesía habitual del anfitrión de un banquete festivo con las personas más allegadas, se subrayaba así el vínculo que éste tenía con sus comensales. Pero Jesús le ofrece un bocado al invitado indigno. He aquí un eco del Salmo 41,10 (que había sido citado un poco antes, en Jn 13,18): “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar”.
Entonces Satán entra en acción. Su derrota ya había sido anunciada, signo del comienzo de la victoria sobre el mal ya que es que es Jesús y no Satán quien determina el momento de su entrada en acción. La Pasión de Jesús llevará hasta sus últimas consecuencias esta confrontación.
El resto de la comunidad, excepto el discípulo amado, continúan ignorantes de lo que está pasando en el momento en que Judas se pasa al lado de las fuerzas de oposición a Jesús, perdiéndose en medio de la noche.
Jesús comienza una nueva enseñanza apenas sale Judas. Éste ya era un cuerpo extraño en la comunidad, las enseñanzas ya no tenían valor para él. Jesús habla ahora para quienes están dispuestos a permanecer con Él. Jesús hace la revelación más grande que les puede dar sobre sí mismo y sobre la comunidad.
Notemos los contrastes: Judas salió en medio de la noche (símbolo del mal), ahora Jesús habla de “Gloria” (relacionado con luz). Judas sale como una amenaza de la vida de Jesús, Jesús por su parte se refiere ahora a la victoria de la vida (“Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre”, 13,31). Judas rompe la comunión con el Maestro, Jesús habla de la comunión que tratarán de mantener con él los otros discípulos (“Vosotros me buscaréis”, 13,33) y más aún de la relación profunda que sostiene con su Padre, la cual está a punto de revelarse completamente (“Dios ha sido glorificado en él… le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto”, 13,31-32). Y con qué palabras llenas de ternura ahora llama a sus discípulos: ¡Hijos míos! (13,33).
La Pasión de Jesús no es una desgracia, detrás de los oscuros acontecimientos hay una revelación: la Pasión es la revelación de la “Gloria”, esto es, de la honda relación recíproca entre el Padre y el Hijo en la cual circula la plenitud de la vida. “Gloria” es manifestación, visibilización del luminoso esplendor de esta relación que, por medio del Verbo que encarna la naturaleza humana hasta la muerte, está destinada a impregnar salvíficamente la humanidad entera.
Pedro de nuevo toma la iniciativa y esta vez interpela directamente a Jesús sobre la frase: “A donde yo voy vosotros no podéis venir” La pregunta “¿A dónde vas?” implica que detrás de la muerte de Jesús hay algo más. Hasta aquí Pedro ha comprendido correctamente. Es justamente lo contrario de lo que han pensado los adversarios: se va al extranjero a evangelizar griegos, se va a suicidar.
Jesús no le responde la pregunta sino que insiste en su enseñanza inicial agregando “me seguirás más tarde”, subraya la imposibilidad de “seguirlo ahora” El evangelista Juan está subrayando así que para que el discípulo esté en condiciones de verdaderamente “tomar la Cruz” tendrá que ser salvado “primero” por ella. En otras palabras, sólo puede amar a la manera de Jesús quien se deje amar completamente por el Crucificado (“Si no te lavo, no tienes parte conmigo”).
Entonces aparece la presunción de Pedro: “Yo daré mi vida por ti” Aquí Pedro utiliza los mismos términos del “Buen Pastor”, pero está confundiendo los roles. Pedro no ha comprendido el sentido de la Pasión. Quiere salvar al Salvador, olvida que el discípulo debe dejar ir a Jesús primero, que intentar seguir a Jesús por sí mismo es exponerse al fracaso en su seguimiento.
Paradójicamente, y a fin de cuentas, Pedro terminará negando a Jesús para poder salvar su propia vida. Su presunción será derrotada cuando agotado en el límite de sus fuerzas reconozca que Él necesitaba de esa Cruz. Entonces comenzará para él un nuevo día (canto del gallo).
Fuente: “P. Fidel Oñoro, CEBIPAL publicación diaria de la Lectio Divina de Semana Santa”