“El Papa estaba consciente, pero no hablaba, durante todo el camino oraba”. Hace 35 años, 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II sufrió un atentado que pretendía ser mortal (hora local 17.17).
Leonardo Porzia fue el enfermero que materialmente atendió al Pontífice herido y lo levantó ensangrentado para colocarlo en la ambulancia que recorrió por 15 interminables minutos las calles de Roma, entre varios incidentes, hasta llegar al Políclinico Gemelli.
A continuación, los puntos más sobresalientes de la entrevista a Porzia firmada por Massimiliano Menichatti de Radio Vaticano: un documento importante para recordar la tragedia del atentado al Papa Wojtyła y el valor de un hombre común frente a un momento trágico, definitivo e histórico.
El futuro santo recibe dos impactos de proyectiles disparados en la plaza de San Pedro por la mano armada de Mehmet Ali Ağca. El Pontífice se postró en su jepp, alrededor reinaba el caos y la incredulidad; rápidamente fue llevado al servicio médico vaticano.
Allí, lo atendió el cirujano Enrique Fedele y Leonardo Porzia, el enfermero que materialmente abrazó al Papa para asistirlo. Porzia se quedó con el ‘Obispo vestido de blanco’ hasta que fue internado en el Policlínico Gemelli.
“Ese día yo estaba en el servicio de cirugía ambulatoria: estábamos conectados con los distintos espacios de la sala de emergencias en San Pedro. En algún momento llega una comunicación: ‘¡Le dispararon al Papa! Está viniendo desde el Arco de las Campanas para ir a la Guardia Médica!’.
Inmediatamente avisé el cirujano, Prof. Fedele, que estaba de servicio. Todos -incluso otros doctores- fuimos a la calle… Llegó el jeep con el Santo Padre”, expresó.
El primero en socorrerlo -cuenta Porzia- fue él. “Teníamos la ambulancia al lado, bajamos la camilla y lo abracé, lo traje a mi pecho, así como estaba en el jeep, y lo pusimos en la camilla. El cirujano miró la herida; dependiendo de la magnitud de los daños sería llevado al hospital Santo Spirito o al Gemelli … Con un trozo de gasa contenía la herida del Papa”, agregó.
La ambulancia parte sin escoltas
La partida al hospital no fue inmediata. Había dos ambulancias, una de ellas estaba mejor equipada. Por eso la espera. La ambulancia abastecida se había quedado atrapada bajo la columnata. Los minutos pasaban.
Al final llegó a San Pedro con seis personas entre médicos, enfermeros y chófer. Desde Santa Ana la carrera hasta el Hospital Gemelli.
Los escoltas del Papa se quedaron en el Arco de las Campanas (a la izquierda de la Basílica de San Pedro), así que la ambulancia partió sin escoltas.
El chofer encendió la sirena para abrirse paso entre las calles y el tráfico de Piazza Risorgimento, Medalla de Oro.
Porzia comenta que la sirena se daña a mitad del camino en Vía Pereira. “No sonaba más”. El chófer tocaba el claxon desesperadamente.
La ambulancia casi choca y termina en la acera
Un viraje y la ambulancia termina en la acera. Ante el inesperado y brusco movimiento, al intentar poner el suero a Juan Pablo II, el enfermero se pincha un dedo.
“El conductor terminó en contravía y otro vehículo se nos venía encima”, recuerda, “el Papa no se lastimó”.
15 minutos eternos. La ambulancia llegó, ahora se pedía llevar al paciente al Centro de Reanimación. “Llegamos con la camilla, pero nos dan otra orden: ‘hay que ir al noveno piso a la sala de operaciones”. “¿Qué hago? Solo, corriendo como un loco lo llevé”.
“El Papa dolorido estaba acurrucado en la camilla”, recuerda el enfermero, que sentía la angustia de que Juan Pablo II muriera entre sus manos. En la sala de preparación lo despoja de todos sus vestidos.
Sucesivamente, el Papa fue operado, y con el tiempo vuelve a ser internado. La recuperación es gradual. La convalecencia la pasa en Castel Gandolfo y regresa al Vaticano.
El enfermero atiende de nuevo al Papa en sus curaciones en el ambulatorio del Vaticano. Juan Pablo lo reconoce. ‘Yo a usted lo conozco’, le dice tres veces.
El enfermero trata de ser profesional y asistir de la mejor manera al ilustre paciente.
El 24 de diciembre de 1981, el año del ataque, Porzio y el cirujano fueron recibidos por el Papa en la antesala de la Sixtina. “En primer lugar yo y mi familia; después prof. Fedele con su familia”. El Papa le agradeció y las palabras sobraban.
Porzio recibió el honor de convertirse en Caballero de San Silvestro y recuerda a Juan Pablo II como un hombre que a pesar del sufrimiento confiaba en Dios.
¿Qué efecto tuvo haber tenido en sus brazos un santo?, le pregunta Menichatti. “¡Bueno, esta es la pregunta del millón de dólares! Me siento orgulloso -digamos- de lo que hice: ¡Tomé el Papa en mis brazos! -concluye Porzio-. Me las arreglé para hacer mi deber y hacer todo lo que era necesario”.
Fuente: Aleteia