UNA ANÉCDOTA QUE MUESTRA SU CARÁCTER Y SUS AMOR A CRISTO
En una ocasión había un temible bandido que se escondía en los montes cordobeses y al cual ni los más aguerridos policías se atrevían a ir a buscar a su guarida. Brochero fue. Cabalgó largo rato internándose en la espesura y, al fin, halló al bandido en un pequeño claro.
El hombre estaba en cuclillas frente a un fogón por él mismo construido y se cebaba mate con toda tranquilidad. Ni siquiera levantó la vista cuando Brochero detuvo su muía a pocos pasos de él. Con seguridad lo estaba observando desde hacía largo rato y dejó llegar sin inmutarse a ese fulano de sotana que debía estar loco. No podía imaginar que ese cura llevaba un arma mucho más poderosa que las que él estaba acostumbrado a enfrentar. Brochero saludó, desmontó y se sentó a su lado. El hombre, nada. El cura le dijo que había ido a buscarlo y —sin vueltas— agregó:
—¿Por qué no se deja de joder con esta estúpida vida de bandido que está llevando”?
Recién entonces el otro levantó la vista y le clavó con fijeza esos ojos que tantas veces habían reflejado odio, fulminándolo con la mirada, sin pronunciar palabra. El Cura Gaucho no se asustó. Con la mayor naturalidad tomó la pava, se cebó un mate y le dijo mientras lo hacía:
—Mire, don; vengo a convidarlo pá que se venga conmigo a los ejercicios espirituales…
El hombre, que ni siquiera sabía qué cosa eran los ejercicios espirituales, le manoteó el mate sacándoselo de la mano y arrojándolo a unos metros. Se paró de golpe, como un animal en alerta, y comenzó a insultar al cura con las peores palabras que le llegaban a la boca. Parecía que iba a sacar su cuchillo para terminar con el sacerdote allí mismo, pero Brochero, sin abandonar su posición en cuclillas y sin que se le moviera un pelo, sacó de entre sus ropas el crucifijo que siempre lo acompañaba y mostrándoselo al bandido le dijo:
—Oiga, no soy yo el que quiere que usté venga… El que lo convida es éste… ¿A ver si se anima a insultarlo a El”?
El bandolero buscado en toda la provincia quedó como petrificado. Lo miró largamente sin decir palabra, después se volvió a sentar y hablaron. Hablaron todo ese día y parte de la noche. Con las primeras luces del amanecer los dos partieron para el pueblo.
El hombre asistió a los ejercicios espirituales y, poco después, se transformó en uno de los vecinos más honrados y trabajadores de la zona. Y cuidadito con que alguien llegara a decir algo malo del Cura Gaucho.
De todos los que han repetido esta conocida anécdota real, nadie se atrevió nunca a arriesgar qué hubiera pasado si el bandido se le hubiese ocurrido insultar, también, al crucifijo. Pero en voz baja aventuraban hipótesis que —de cumplirse— no dejarían en buenas condiciones a la anatomía del hombre.
Fuente: http://historiaybiografias.com/brochero/