Jesús decía a sus discípulos: “Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto’. El administrador pensó entonces: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!’. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. ‘Veinte barriles de aceite’, le respondió. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez’.
Después preguntó a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. ‘Cuatrocientos quintales de trigo’, le respondió. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y anota trescientos’. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.”
Palabra de Dios
P. Nicolás Retes, sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Colabora en el equipo de Pastoral Vocacional de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina
El evangelio de hoy queridos amigos de oleada joven nos presenta a un administrador que no ha obrado bien, que estuvo mal, que no desempeñó su cargo como corresponde, lo que el texto del evangelio alaba no es la conducta reprochable de este hombre, de este administrador, sino más vale que se dio cuenta, que se quiso convertir, que utilizó la astucia, los medios que tenía para mejorar, para justamente salir adelante, de eso se trata también nuestra búsqueda del Reino de Dios, que seamos pecadores, que nos hayamos equivocado no quiere decir que no tenemos oportunidad para nuestra salvación, Dios siempre nos da una nueva oportunidad para convertirnos, si sabemos escuchar Su palabra, Su mensaje, Dios nos espera siempre con los brazos abiertos.
Utilicemos entonces la astucia de la buena que puede haber en nuestros corazones para tratar de convertirnos, para hacer el bien justamente como el texto que escuchamos de este administrador deshonesto que terminó obrando hábilmente, es decir, se convirtió, se dio cuenta de lo que había pasado.
Que tengamos siempre un corazón dispuesto a convertirse, dispuesto a utilizar todos los medios que Dios nos ha regalado para acceder a un verdadero arrepentimiento, a una conversión de corazón.