Cada mañana cuando me levanto (que es bien tempranito), luego de cambiarme y demás que haceres, me siento en el sillón de casa a rezar. Y cada día me vuelvo a sorprender con lo mismo: ahí me espera Jesús orante. Antes de que yo llegue a su encuentro, Él ya está ahí, esperándome y rezando por mí.
Pensarlo me llena de alegría y de consuelo. No es tanto lo que yo vaya a hacer o decir en ese encuentro, sino simplemente ponerme frente a Él y dejar que Él haga. Como el que tiene frío y se pone al sol para que los rayos lo abracen. A veces tengo mucho para decir o personas o situaciones por las cuales pedir e interceder; otras veces no tengo nada. Y ahí es cuando de cara al Jesús orante vuelvo a caer en la cuenta: Él ya está rezando por mí antes de que yo aparezca a su encuentro. Por supuesto, que rezar por mí implica rezar por los míos, los que forman parte de mi vida y de mi historia, con los que comparto la vida.
Es mi modo de comenzar el día escuchando al Maestro en su Palabra para que Él me vaya mostrando el camino, por dónde ir y con quienes. Además, me encanta pedirle al Padre, como el poeta, cuando dice “Vengo a Ti para que me acaricies antes de comenzar el día”.
Les dejo una foto de la pequeña biblioteca que tengo frente al sillón donde rezo cada mañana. Allí está el Jesús orante del que les hablé, una imagen de María, el Cura Brochero y el Pato Solidario (que me ayuda a incluír a los pobres en mi oración).
¿Y a vos, qué te ayuda a rezar y a encontrarte con Jesús? ¿Alguna imagen, la Palabra, la música?
De nuestra redacción
Milagros Rodón