Terminamos una etapa. Acabamos el curso –que en otras latitudes el calendario es diferente–. Y siempre es útil, cuando llega un momento de cambio, echar la vista a lo que se va, para aprender de ello, y echar la vista a lo que viene, para proyectar, planificar, soñar y construir. Tiempo de cambios. Cambio de actividades, de ritmo, quizás de lugares. Hemos vivido otro curso. Hemos soñado, rezado, crecido. Habrá habido golpes o alegrías, palabras o silencios, descubrimientos y aprendizajes… Y Dios también presente, en todo ello.
Enséñame, Señor, a aprender de lo vivido. A que la vida no pase por mí sin dejar huella. A que los nombres vayan quedando asociados a memorias fecundas. Enséñame a aprender de los aciertos y los errores. De lo que en los últimos tiempos me ha ayudado a crecer y lo que me ha impedido avanzar. Enséñame a admitir los fracasos que hayan podido llegar y a celebrar las victorias sin perder la humanidad. Dame, Señor, una memoria capaz de evocar, agradecer y pedir perdón por lo que haya podido ser injusto…
Ayúdame, Señor a mirar al futuro e imaginar posibilidades. Fijarme metas. En relación con las gentes, con lo que hago, con la vida. Metas para los momentos de descanso. Para el verano. Coger las riendas de mi tiempo. Seguir abriendo la vida a las personas. Querer cimentar algo con mi historia. ¿Qué puedo construir? Puentes para unir a quien está separado. Mesas donde puedan tener cabida los que nadie quiere. Casas que sean refugio para quien tiene miedo. Palabras que lleguen al solitario. Nuevos caminos que conduzcan a tierras fértiles, que produzcan, para todos, alegría, tolerancia, justicia y comprensión. Puedo hacer tantas cosas que solo tengo que intentar salir de la rutina, de lo ya conocido, y arriesgarme a saltar al vacío.
Fuente: pastoralsj.org