Lo bueno de las vacaciones, además de viajar y descansar, es el tiempo que se saca para uno mismo. Tiempo para leer, para pasear, para esos cafés con libro que me encantan; para sacar fotos, para estar con los míos y para hablar con muchos amigos.
En estas charlas por teléfono, por whatsapp, por mail… me estoy encontrando muchos “cántaros rotos”, muchas situaciones de rotura interior y exterior que frenan e impiden caminar y vivir la vida plenamente. De ahí el título de esta entrada: Se necesitan Alfareros de cántaros rotos.
Suena raro, ¿verdad? ¿Quién quiere algo roto? Sobre todo en estos tiempos donde ya no se repara nada. Lo roto, directamente, se tira y se compra “otro” nuevo que lo sustituya. Lo que está roto, lo que no es eficaz, lo que no produce… se aparta y se reemplaza por algo nuevo, más reluciente e, incluso, en muchas ocasiones, más barato.
Lo malo es que esta filosofía está calando tanto en nuestra sociedad que este pensamiento que aplicamos a las “cosas” lo empezamos a aplicar también a las “personas”. ¿Qué pasa cuando una persona se rompe? ¿Qué pasa cuando una persona no es productiva?
Y el problema no es sólo nuestra actitud hacia estas personas, sino la propia actitud de la persona que se rompe hacia sí misma. ¿Cómo confesarte “roto” en una sociedad que no acepta imperfecciones? ¿Cómo pedir un empujón en una sociedad que sólo mira hacia delante? ¿Cómo acercarte al otro sin miedo a que te rechace y te cambie por algo que no dé problemas?
Tenemos tanto miedo a rompernos, a que nos aparten o nos cambien por algo nuevo, que no nos arriesgamos a cambiar nada en nuestras vidas, aunque estemos hastiados de la rutina diaria. Tenemos tanto miedo a no ser perfectos ante los demás, que pasamos dudas y depresiones en silencio con una sonrisa en la cara.
Necesitamos alfareros de cántaros rotos que abracen nuestras mil piezas partidas en mil intentos y las compongan en una vasija nueva lista para romperse otras mil veces más si fuera necesario. Que nos den confianza para arriesgar con la única seguridad de saber que están detrás esperándonos… esperándonos a nosotros, no a nuestros resultados. Necesitamos alfareros que al vernos partidos por nuestros intentos y cambios no vean algo roto, sino el potencial de una vasija nueva… y es que nunca nadie va a cambiar si la mirada que transmitimos envía el mensaje de que contigo nada se puede hacer. Sólo se cambia si desde el otro lado vemos que el otro puede hacer con su vida algo maravilloso.
Creo que debemos esforzarnos en esto mismo, en ser capaces de transmitir al otro, con nuestra mirada, con nuestros gestos, con nuestras palabras, lo importante que son para nosotros. Que sientan esa confianza de que sabemos que, estén como estén, pueden hacer con su vida algo maravilloso. Que si por un momento pudieran verse a través de nuestros ojos se sintieran tan seguros como un niño en el regazo de su madre.
Y reivindiquemos el valor de lo “roto”, que no es otra cosa que el valor de la experiencia. Cuando uno se rompe no vuelve al principio, no, vuelve al punto en el que se rompió para tomar otro camino distinto y seguir desarrollándose…y eso no es malo, es la forma de aprender, la forma de crecer.
Ojalá seamos esa persona, ese alfarero de cántaros rotos, que sepa decir con todo el corazón al que tiene cerca: “Hagas lo que hagas, lo único que no va a cambiar es que te voy a querer… aunque te rompas una y mil veces”.
Yo quiero ser alfarero de cántaros rotos… ¿y tú?
Fuente: Odres Nuevos- Fernando Mosteiro