Justificados por un abrazo

martes, 10 de enero de
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“Dos hombres subieron al Templo a orar,

uno era fariseo y el otro publicano”

Lc 18, 9- 14

 

Cuando hacemos de lo que somos un motivo de separación, cuando nos vanagloriamos del servicio bien hecho, del resultado brillante y eficaz; cuando la acción de gracias no es por lo recibido gratuitamente sino a causa de lo que nosotros creemos haber cumplido; cuando nos tomamos tiempo para mirar de reojo la vida del otro y comparar y creernos mejores… entonces nos estamos cerrando la puerta del encuentro y de la relación con Dios.

 

Mientras tanto hay alguien que, en su abajamiento, ni siquiera se ha podido fijar en nosotros. Su necesidad e indigencia lo mantienen totalmente abierto y presente a Dios. Lo que importa no es su discurso, las palabras que utiliza, sino la atención que presta al otro. 

 

El publicano reconoce el abismo que separa su vida de la voluntad de Aquél ante el que no se atreve a permanecer de pie.

 

El fariseo, sin embargo, creía cumplirla y por ir lleno de sí mismo se vuelve vacío de Dios. 

 

El valor de nuestra vida no es algo que nosotros podamos comprarle a Dios, sino que es Él,  el que al decir de nosotros, hace valiosa nuestra persona.

 

Cuando nos encontramos perdidos sin poder nada, cuando lo único que sabemos pedir es que Su amor nos dé la vida que por nosotros mismos no podemos tener y que nos perdone por aquella que hemos frustrado, entonces nos irá haciendo pasar del  “dar gracias por no ser como los demás” a agradecer el sabernos tan débiles y necesitados como cualquiera. Y arrojarnos así, sin defensas, al Abrazo del Único que puede justificar nuestra vida.

 

Autor: Mariola Lopez Villanueva

 

 

 

Oleada Joven