Un día, San Francisco de Sales, siendo ya obispo de Ginebra, escuchó la historia de un pastor que había extraviado una de sus vacas al resbalar el animal por un glaciar: Aquel humilde hombre no dudó ni un instante en ir a buscarla, a pesar del verdadero peligro que correría su vida si lo intentaba. El pastor se internó como pudo por aquella superficie de hielo. No consiguió coronar con éxito su empresa: la vaca y el pastor perecieron en aquella soledad silenciosa y blanca.
El santo quedó impresionado del relato. Más tarde escribió:
Oh, Dios mío. ¿Es posible que el ardor de aquel pastor fuera tan grande por buscar su vaca, que ni siquiera el hielo lo pudiera enfriar? Entonces, ¿por qué yo sería tan cobarde buscando a mis ovejas? Hechos como éstos enternecieron mi corazón de hielo que no pudo sino fundirse.