A los ojos de Dios nada permanece oculto. La luz da vida y alegra el alma. En la luz no podemos ocultarnos, no hay escondite seguro.
En la luz de Dios somos como somos, sin tapujos, sin miedo. Su luz no nos intimida ni violenta. Su luz revela la verdad más honda de nuestra vida. La luz muestra la verdad y la verdad puede ser muy dolorosa. Nos cuesta ver nuestra propia verdad. A veces preferimos vivir en un claroscuro, en una mezcla de virtud y de pecado.
Cristo, con su venida, ilumina el pecado y nos hace ver nuestra pobreza. En su luz nos invita a entregarlo todo sin reservas, a buscar siempre y sólo su luz.
Cristo, que va a pasar por el sufrimiento, nos enseña que, a través del dolor, se llega a la luz de la vida.
Muchos hoy no ven la luz, no creen, no esperan. Han caído en esa actitud negativa del que ya no espera nada de la vida. Hay muchas personas que necesitan nuestra luz, esa luz que brilla en nuestro corazón.
Fuente: Aleteia