Él subió al colectivo con una guitarra cargada tanto de canciones como de esperanzas y anhelos, de miradas llenas de historias, de plazas y cielos.
Estábamos de regreso, mientras desde la ventana dilucidábamos que el movimiento de la calle tenía otro ritmo, más tranquilo, más lento; la ciudad se apaciguaba.
Y así, minutos más tarde, los acordes comenzaron a desplegarse por todo el colectivo. Algunas frases empezaban a resonar diferente a la vez que tratábamos de recordarla para luego buscarla y volverla a pasar por el corazón.
Fue así que un viaje común dejó de serlo; nos descubrimos que ya no estaba “cada uno en lo suyo”, sino que era algo “nuestro” gracias a la música y a su dador.
Luz Huríe
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