Aquello que nos atrae orienta nuestra mirada y ahí fijamos los ojos, hacia aquello que nos fascina. Quizá ya lo sepas por propia experiencia porque has sentido que el corazón se apasiona, se entusiasma, se llena de vitalidad y se moviliza.
Pero lees el Evangelio y oyes la invitación a fijarte en aquello que pasa desapercibido. Es entonces cuando el corazón descubre lo valioso, lo esencial, lo que siempre ha estado ahí pero que hasta entonces no se había reconocido. Merece la pena prestar atención a eso que llamamos “interior”, a lo que sucede en lo profundo y deja un rastro en el corazón que lo emociona y sobrecoge. No es sentimentalismo, éste se diluye y deshace. Es una fuerza que despliega lo que parecía adormecido.
Si en tiempo de Navidad nos paramos a contemplar el modo como Jesús ha encarnado lo que es ser humano podremos descubrir que lo que no contaba, ahora se ha convertido en comienzo de una nueva vida y a lo que no se le daba valor ahora es lo esencial. Esto es lo que sostiene de verdad nuestras vidas. Contemplar el nacimiento de Jesús se transforma en llamada a contemplar lo que pasa desapercibido de tantas historias y que son invitaciones a acoger todo lo pequeño dando una respuesta grande, generosa, desmedida, rebosante.
Ignacio Dinnbier sj