Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.
Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”. Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Palabra de Dios
P. Nicolas Retes sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Colabora en el equipo de Pastoral Vocacional de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina
El evangelio de hoy queridos amigos de oleada joven, viernes 10 de febrero, nos presenta a Jesús que realiza otro de sus milagros, esta curación, esta sanación que realiza Jesús libera a la persona no solamente de las trabas físicas sino también de las más profundas, las heridas espirituales, de aquello que no deja caminar a las personas con felicidad, con libertad.
Pensemos, reflexionemos a la luz de este texto que nos presenta la liturgia de hoy cuales son esas trabas que tenemos nosotros aún hoy, qué falta que Dios me libere… pedírselo en la oración confiadamente al charlar con nuestras propias palabras, con el lenguaje del corazón.
Teniendo en cuenta este evangelio que hemos escuchado pedirle al Señor que no nos abandone, al contrario, que Su gracia descienda sobre nosotros y que podamos ser sanados en aquellos lugares de nuestra historia personal que aún la gracia de Dios no ha podido encontrar. Ojalá podamos escuchar ese “¡Ábrete!” también como signo de libertad, de salvación en nuestras propias vidas.