¿Te aburres porque todas las mañanas te levantas y vas a la escuela, recorriendo siempre las mismas calles para escuchar las tediosas lecciones de costumbre? ¿Te aburres porque la semana vuelve a comenzar, lúgubre y tétrica, en la oscura oficina donde escribirás y volverás a escribir los mismos expedientes llenos de polvo, cuyo único significado es proporcionarte lo mínimo para vivir?
¿Te aburres…?
Muchos se aburren.
El aburrimiento es el segundo pan del hombre. Y no puede ser de otra manera, mientras insistamos en no querer ver; mientras dejemos al margen de nuestra vida a Quien nos la podría iluminar: la Luz.
Queriéndolo o no, un día u otro tendremos que decidirnos: será entre Dios y la riqueza, la cual no siempre quiere decir dinero y ni siquiera demasiadas cosas.
Si en la oscuridad de estos días Dios se convirtiera en nuestro faro, nosotros no conoceríamos la palabra “aburrimiento”. No: Él sabe teñir de aurora cada mañana melancólica de cualquier pobre ser humano.
Él participa en la vida de quienes lo aman y siembra en sus caminos miles de circunstancias que enlazan el apagado vivir terreno con un designio divino.
Y entonces, tú ves. Ves porque la Luz ilumina. Y respondes a su reclamo, fielmente, primero de a poco, y luego cada vez más.
De pronto, por extrañas circunstancias que se entrecruzan, algo cobra sentido, y tú lo entiendes, y sigues al Dios de tu corazón por caminos de espinas y de rosas; pero ya no te preocupas: son los caminos de Dios.
Y se abren frente a ti metas impensadas, y dejas detrás de ti estelas de Cielo.
Continúas en tu hora la hora de Cristo, marcada en los siglos, liberas al mundo de la tristeza y lo colmas de amor.
Haz la prueba y te preguntarás: ¿queda lugar para el aburrimiento?
Chiara Lubich
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