Cuando contemplamos los desiertos de nuestro mundo, desiertos de exclusión, de indiferencia, de desamor… nos da esperanza percibir que, de un modo u otro, siempre encontramos hombres y mujeres que se acercan a esos desiertos del desamparo buscando la vida, llevándola. Personas que permanecen días y noches a los pies de una cama de hospital, las que se entregan junto a niños a los que se ha arrebatado la infancia, las que ayudan a poner de pie a mujeres violentadas y quebradas, las que alumbran anónimas historias de solidaridad y ternura en el horror de las guerras…
¡Si pudiéramos contabilizar tantos gestos cotidianos de Reino que se producen en nuestros desiertos contemporáneos! Nos hace bien contemplarlos y agradecerlos…, gestos que llegan allí donde las palabras pierden su fuerza, o no pueden ser recibidas, o se desgatan y vacían, y donde sólo el “cuerpo a cuerpo” es capaz de gestar la vida, de curarla, de repararla…
Somos llamados a seguir a Aquel que dejó memoria de su vida en gestos bien concretos, que abrazó a intocables, que se dejó ungir, que lavó pies, que partió panes, que brindó, que lloró ante el dolor de otros, que acarició… ¿Qué experimentaríamos si quitáramos la voz a la “película” de nuestro día a día, si de pronto nuestras palabras no pudieran escucharse y en el camino de cuaresma sólo nos valieran los gestos?
Mariola López Villanueva rscj