03/03/2017 – El Padre Ángel Rossi en “Palabras de vida” hizo una reflexión sobre la cuaresma, la conversión y el fuego.
En el miércoles de ceniza se nos ha dicho, “recuerda que eres polvo y al polvo volverás” que son las palabras de Dios a Adán con que la iglesia nos da la bienvenida a la puerta de la Cuaresma.
A nadie le gusta que le recuerden que estamos hechos de polvo, que no somos tan grandes como sospechábamos, que no somos huéspedes eternos de este mundo ni mucho menos sus dueños, que la omnipotencia no es lo nuestro, y que aún siendo los mejores domadores siempre habrá un potro que no podremos domar, que es la muerte, como dice Leopoldo Marechal.
El mensaje duro y necesario que el Quijote le decía a su escudero, los que más nos quieren más nos hacen llorar, en el sentido que son los que nos quieren bien quienes nos dicen esas verdades duras pero necesarias. La iglesia que es madre, abraza y cura heridas, pero también con delicadeza y firmeza nos hace despertar de nuestras somnolencias. Nos hace recordar que ahora es el tiempo propicio, ahora es el tiempo de la conversión. Propicio para revisar si andamos apostando a las cosas que no pasan o las que serán polvo, y para que no se nos pase este ejercicio espiritual de discernir y elegir es necesario que nos refrieguen la cabeza con cenizas como diciéndonos “no se me olvide mijo que muchas de estas cosas a las que le está metiendo el corazón van a ser polvo”.
Si bien es cierto, nosotros tendremos una gran ventaja, “cenizas y polvo seremos pero un polvo enamorado”, cenizas que conocieron y fueron tocados por el Amor.
Quizás el desafío es hacernos cargo de las cenizas que somos, pero también del fuego. La Iglesia nos invita a ahondar en ellas, del rescoldo que las cenizas están tapando. Por eso otros ministros han preferido la otra formula “conviértete y cree en el evangelio” invitándonos a cambiar nuestras sendas, a desenterrar de abajo de las cenizas nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad…. a veces tan tapada por la cenizas de nuestras perezas, de nuestra mediocridad, de nuestros miedos, nuestras mezquindades, animándonos a no descorazonarnos con la apariencia de hoguera apagada que a veces tiene nuestro corazón.
Cuenta Antonio Machado “en tiempos de muchas desesperanzas, entré en mi casa, creí mi chimenea apagada, revolví las cenizas y me quemé las manos”, como diciendo, abajo siempre hay rescoldo.
Cuaresma es ese tiempo para preguntarnos también si queda algún fuego debajo de nuestras cenizas. Como hacen nuestros hombres de campo que no apagan el fuego de noche, sino que entierran el rescoldo todavía caliente entre las cenizas y así lo mantienen vivo hasta la mañana siguiente en que lo desentierran y lo vuelve a reavivar. El viejo fuego no muere sino que conserva su calor para encender el nuevo fuego al día siguiente. Eso nos pide la Iglesia al comenzar la Cuaresma: conviértanse. Es decir, desentierren el rescoldo que está debajo de las cenizas y no mañana sino hoy, porque hay demasiado frío en este mundo que está necesitando del calor de nuestro amor hecho gesto; hay demasiada sombra que necesita de nuestra humilde luz. Esta luz no la hemos gestado nosotros sino que nos ha sido dado en el bautismo simbolizada en aquella velita encendida que tomaron nuestros padres y padrinos y que en la confirmación asumimos nosotros y que cariñosamente se nos va a pedir cuenta: “ustedes que por pura gracia de Dios ven, ¿qué han hecho de la luz?. Ustedes que conocieron el fuego de mi amor, ¿qué hogueras nuevas han encendido?”, decía Alberto Hurtado.
No hay ninguna obra de arte más grande que el fuego de la caridad, el fuego de la esperanza, el fuego que está encendido en el fondo del corazón y que en esta cuaresma hay que animarse a rescatar de abajo de las cenizas.