Las heridas de la vida han dejado bloqueadas partes de nuestra identidad, de nuestra manera de ser en el mundo y de relacionarnos con los demás. Cuando es muy intenso el dolor, solemos bloquear lo que sentimos en las emociones y en el cuerpo. Al bloquear con un mecanismo de defensa el camino hacia nuestro propio corazón, perdemos la capacidad de vivir en coherencia: pensamos una cosa, sentimos otra y hacemos una distinta. Entonces se nos hace muy difícil poner en palabras nuestra experiencia.
Quedamos como poseídos por un espíritu sordo y mudo que enferma nuestra capacidad de comunicarnos en fidelidad. Nuestras palabras dejan de decirnos y se vuelven medios de incomunicación, nuestros diálogos se vuelven espacios de confusión y quedamos solos y aislados.
Podemos encontrarnos heridos en nuestra capacidad de decir palabras. Repentinamente o constantemente se apodera de nosotros un espíritu mudo que silencia las palabras que necesitamos decir para “decirnos “a nosotros mismos y darnos a conocer, para compartir nuestras experiencias y nuestro mundo interior. O entorpece nuestras palabras, que fluyen agitadamente, diciendo muchas cosas pero si poder decir nada que nos comunique. Algunas este espíritu mudo carga nuestras palabras de violencia, hace que golpeen y lastimen a los demás,convirtiendo nuestra comunicación en una batalla campal.
Podemos encontrarnos heridos en nuestra capacidad de escuchar, como poseídos de un espíritu sordo que no nos deja recibir los sonidos que nos llegan desde afuera.Los sonidos de la vida, con toda la música de la creación; los sonidos de la realidad, con las múltiples tonalidades de lo cotidiano; la música que brota del misterio del corazón de las personas con las que compartimos la vida.
¿Cuándo fue que nos volvimos sordos y mudos, desde cuando estamos poseídos por este espíritu de incomunicación, cuando se apodera de nosotros esta fuerza poderosa que tapona nuestros oídos y entorpece nuestra lengua haciéndonos echar espumas por la boca…
Nuestras palabras son casi siempre la llave que abre nuestro corazón. Cuando brotan de la fuente de nuestro interior nos comunican, nos relacionan, nos dicen a nosotros mismos. Son palabras verdaderas que producen encuentro y unión. Cuando las palabras que decimos brotan desde el exterior, son palabras vacías, que suenan a huecas, palabras y palabras que no dicen nada.
Pidamosle al Señor que arranque de nuestra vida este espíritu sordo y mudo que enferma nuestra comunicación y nos deja sumidos en la herida que más nos duele: el aislamiento y la soledad.
Fuente: ¿Qué quieres que haga por ti?
Autor: Inés Ordóñez de Lanús