¿Has visto alguna vez en un camino abandonado, pero acariciado por la primavera, asomarse la hierba y renacer, sin tregua, la vida?
Eso pasa con la humanidad que te rodea si tú dejas de mirarla con los ojos de esta tierra y la confortas con el rayo divino de la caridad.
El amor sobrenatural en tu alma es un sol que no admite descanso en el renacer de la vida.Es una vida: piedra angular de tu vida.
Basta ello para elevar al mundo, para devolverlo a Dios.
El hablar bien, la finura en el trato, el brillo del arte, el peso de la cultura, la experiencia de años, son ciertamente dotes que no deben descuidarse.
Pero para el Reino eterno vale quien tiene más vida.
Es hermosa, rica, sabrosa y colorida una manzana perfumada, pero si se la entierra, muere y no quedan rastros de ella.
La pequeña semilla, que no agrada al paladar, insípida e insulsa, enterrada produce nuevas manzanas.
Así es la vida en Dios, la vida del cristiano, el camino incandescente de la Iglesia. Ella, alta y solemne, se apoya sobre columnas que los siglos llamaron insensatas, necias y dementes…sobre las cuales se desató la furia del príncipe del mundo para aniquilarlas completamente.Permanecieron.
El Padre las podó para que, unidas a la vid, dieran abundantes frutos y las exaltó, gloriosas, en el Reino de la vida.
Tú, yo, el lechero, el campesino, el portero, el pescador, el obrero, el “canillita”… y todos los demás, idealistas, desilusionados, madres agobiadas por el peso del trabajo, enamorados próximos a la boda, viejecitas en espera de la muerte, jóvenes exuberantes, todos… todos son materia prima para la sociedad de Dios; basta que en ellos haya un corazón que mantenga alta, erguida, dirigida hacia Dios la llama del amor.