Todos queremos seguridad y buscamos seguridades. Nos da miedo cuando no hay seguridad, cuando perdemos nuestras seguridades o cuando se ven amenazadas o reducidas.
Te da seguridad un buen empleo, la aceptación de los demás, las cosas que posees, los amigos que te respaldan, un entorno conocido, tus habilidades, tu formación profesional, tus títulos, el dinero, recibir reconocimientos y dignidades, ser consultado, recibir atenciones, tu hogar, una buena salud, etc.
Cuando se ponen en riesgo nuestras seguridades nos entra miedo. Se derrumban o disminuyen nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos. Cuando esto sucede nos encontramos en la posición del pobre, del que nunca ha tenido nada o del que lo ha perdido todo y depende totalmente de la gratuidad del amor de Dios.
Es humano tener miedo. No nos extraña que hasta los Papas sientan miedo cuando son elegidos. Tengo a la mano una oración del Cardenal Eduardo Pironio, argentino, en que se presenta ante Dios con mucho miedo. Tuve la gracia de tratar mucho con él y hablaba con frecuencia de la confianza, de la virtud de la esperanza; tal vez por el miedo que sentía. Extraigo partes de una de sus oraciones:
Señor, Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre,
con corazón quebrantado pero enteramente fiel.
Sufro, Señor, porque tengo miedo, mucho miedo, más que nunca. Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué: porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres. Y yo lo acepto. Pero también escucho tu voz de amigo: “No tengas miedo, no se turbe tu corazón. Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final.” Repítemelo siempre Señor, y en los momentos más difíciles, suscita a mi alrededor almas muy simples que me lo digan en tu nombre.
Tengo miedo, Señor, mucho miedo. Miedo de no comprender a mis hermanos y decirles las palabras que necesitan. Miedo de no saber dialogar, de no saber elegir bien a mis colaboradores, de no saber organizar la diócesis, de no saber planear, de dejarme presionar por un grupo o por el otro, de no ser suficientemente firme como corresponde a un Buen Pastor, de no saber corregir a tiempo, de no saber sufrir en silencio, de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano, y entonces, estoy seguro de que me irá mal. Por eso, Señor, te pido que me ayudes.
Me hace bien sentirme pobre, muy pobre, muy inútil y pecador. Ahora siento profundamente mis pecados. He pecado mucho en mi vida y tú me sigues buscando y amando. Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo. No lo tendría si fuera más humilde. Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso. Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto. Pero no pienso que Tú también fracasaste, que no todos aceptaron tu enseñanza. Hubo muchos que te dejaron porque “les resultaba dura” y absurda tu doctrina.
Nunca te fue bien, Señor: te criticaron siempre y quisieron despeñarte. Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía. Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro; te abandonaron todos tus discípulos ¿y no sufrías entonces? Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor? Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo.
El Cardenal Pironio sabía ver en el sufrimiento la mano providente de Dios Padre. En su testamento espiritual escribe: Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho.
Lo que más aprendo de esta oración es la humildad y la confianza con que se dirige a Dios. Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él. El padre es protector y proveedor. Si el hijo expone a su padre su debilidad, su miseria, sus faltas, su condición vulnerable, y se dirige a él pidiendo ayuda con absoluta confianza, un buen padre siempre responde.
Cuando sentimos miedo al perder nuestras seguridades o al no tener seguridad alguna, podemos tener la certeza de que si lo aceptamos con humildad y acudimos con confianza a Dios Padre, el amor de Dios vendrá en nuestro auxilio. La confianza filial lo obtiene todo de Dios.
Cuando sentimos miedo también podemos orar con la ayuda del Salmo 23 : Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan y del Salmo 30 En ti, Señor, me cobijo, nunca quede defraudado. Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar .
Cuando sentimos miedo, la roca firme del amor misericordioso de Dios es nuestra seguridad.
P. Evaristo Sada