La Paciencia

miércoles, 9 de agosto de
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Cuando comenzamos este caminito de la Oración, sabemos que no será un camino fácil… o en realidad, ¿qué queremos decir con esto?

 

Sucede que a veces cuando emprendemos este caminar, queremos ver todo YA. HOY. O a lo sumo, mañana.

 

Algunos abandonan el camino casi de entrada, diciendo: “Yo no nací para esto”. Otros dicen: “¡Esto es tiempo perdido!”;”¡No veo los resultados!”. Otros se detienen en las primeras rampas, en el primer obstáculo, se estacionan ahí y continuan con la actividad orante pero a ras del suelo, con un “por si las dudas”. Pero hay también quienes avanzan, entre dificultades, entre vientos en contra, en plena oscuridad, hasta regiones insondables de Dios.

 

El Padre Ignacio Larrañaga nos da una pista de porqué esta situaciones:

“El principal enemigo es la inconstancia, la cual nace de la sensación de frustración que sufre el alma cuando se da cuenta de que los frutos no llegan o no corresponden al trabajo desplegado. Se escucha decir: Tantos esfuerzos y tan pequeños resultados. Tantos años dedicados asiduamente a la oración y tan poco progreso.”

 

Estamos acostumbrados a dos leyes típicas de la civilización tecnológica: la rapidez y la eficacia. En cualquier actividad humana, encontramos este círculo: a tal causa, tal efecto; a tanta acción, tanta reacción; a tantos esfuerzos, tantos resultados. Y los resultados saben a premio y estimulan el esfuerzo. Continuamos esforzandonos porque vemos “los resultados positivos”, nos motivan, nos mueven a más. Así, podemos continuar con el círculo sin interrupciones. PERO en la vida de la gracia no ocurre lo mismo. Más bien nos parecemos a esos pescadores que estuvieron toda la noche en vigilia, con sus redes extendidas, y en la madrugada se encontraron con las redes vacías, sin nada. (Lc. 5, 5)

 

Necesitamos paciencia para aceptar el hecho de que con grandes esfuerzos habrá pequeños resultados, o , al menos, para aceptar la eventual desproporción entre el esfuerzo y el resultado.

 

Hemos escuchado por ahí que la paciencia es el arte de esperar. O también escuchamos que es el arte de saber. Nosotros podríamos combinar ambos y quedarnos con: La Paciencia es el arte de saber esperar. De esperar porque se sabe. Si queremos ponerlo con mejores palabras, diremos que La Paciencia es un acto de esperar porque se sabe y se acepta con paz la realidad tal como es.

 

¿De qué realidad hablamos? Podemos decir de dos realidades. La primera, que Dios es esencialmente gratuidad y, por consiguiente, que es esencialmente desconcertante. Y la segunda, que toda la vida avanza lenta y progresivamente.

 

Y cuesta entender esto… Cuando arrancamos este camino, lo más difícil es tener paciencia con Dios. Porque la conducta del Señor para con aquellos que se le entregaron es y muchas veces, desorientadora. No hay lógica en sus “reacciones”. O, en realidad, la lógica de Dios, no es nuestra lógica.

La lógica de Dios tiene un sólo sentido: dar. En la relación con Dios no existen contratos de compraventa, mérito y premio. Sólo hay regalo, gracia, dádiva.

El que se decide a tomar en serio a Dios, lo primero que necesita hacer es tomar conciencia de que estamos en orbitas distintas y aceptarlas con paz. Eso es tener paciencia con Dios.

En el mundo de la gracia no hay ley de proporcionalidad ni cálculo de probabilidades ni constantes psicológicas.

Paciencia significa tomar conciencia y aceptar con paz esta dinámica extraña que nos propone el Buen Dios, esta dinámica desconcertante e imprevisible a veces pero también sorprendente, que, no rara veces, pone en jaque la paciencia y la fe.

 

Mariela Cruz