La Ciudad de las Estrellas: La La Land

viernes, 25 de agosto de

La La Land, escrita y dirigida por Damien Chazelle, más que un disparo es un flechazo al corazón. Las excelentes composiciones y el despliegue musical son tan sutiles como para llevarte a flotar en el planetario y luego bajarte a tierra para entender que algo anda mal.

Los sueños impulsan a Sebastian (Ryan Gosling) y Mia (Emma Stone), los protagonistas, a luchar por ellos, a veces a tomar decisiones sin ganas, traicionando sus ideas o convicciones para poder acercarse a aquello que tanto anhelan. Sin embargo en medio de estas idas y vueltas en la “Ciudad de las Estrellas” estos soñadores encuentran el amor. Eso lo cambia todo. Porque eso pasa ¿Quién habiendo encontrado el amor puede decir que no ha cambiado en nada su vida?
Lucharan juntos por sus sueños, pero como dicen por ahí que no se puede vivir del amor algo hay que sacrificar, y adivinen que, en la Ciudad de las Estrellas lo último que debes sacrificar son tus sueños, tus metas, tus ganas de triunfar. Así el amor se muda a la melodía de un viejo club de jazz, al guion de una película que está por estrenar, a las novelas románticas, a las canciones, a la fantasía, porque no hay lugar para el en la vida real.

En este mundo, hoy la pelea la gana lo mejor que puedo ser, lo orgulloso que pueden estar los demás de mí, las luces dándome justo en la cara y un “mejor pasar”, un auto, una casa y un gran status social. Lo logras, pero quizás al final te des cuenta que por lo que tanto luchabas no alcanzó, te darás cuenta cuando sin querer te cruces nuevamente con el amor y este te sonría y te haga un guiño con el sonar de una dulce melodía y el recuerdo de aquellos días donde “no tenías nada” pero lo tenías todo.

Quizas la mejor comedia del 2016 (14 nominaciones a los premios Oscars incluida mejor pelicula) llegó no para hacernos reír sino para dejarnos el sinsabor de la realidad, la crítica de un mundo donde lo importante parecen ser los logros materiales, donde sacrificamos cualquier tipo de amor con tal de tener lo que se impone. Lo que quiero y creo que debo tener, incluso para conseguir lo que sin darme cuenta estoy perdiendo.