Cada martes visitamos a los niños que se encuentran internados en el Hospital de Niños Benjamín Bloom. Cada vez es un encuentro con el mismo Jesús crucificado. Pequeños Jesús cargando mucho sufrimiento, pinchazos, llagas y dolores muy fuertes. Compartimos momentos de alegría, juegos, bromas y otros momentos muy difíciles, y todo puede pasar en una habitación de 4 x 4m.
Ahí conocimos a Sharon, una chica de mi edad que sin duda dejó una marca para siempre en mí. Su hijo Alan de seis años, padece de un tumor en la cabeza en etapa terminal. No encuentro las palabras para explicarles lo que causó en mí la imagen de ella junto a su hijo, acariciándole la cabeza y hablándole con una inmensa ternura y una sonrisa tan dulce que hacía que Alan dejara de sentir dolor. Me acerqué a ella y me contó su historia. Mamá soltera, su único hijo, la luz de sus ojos, que hasta hace cuatro meses andaba corriendo y jugando en el patio de la escuela y hoy le queda tan poco tiempo de vida. Ella totalmente confiada y abandonada a la voluntad de Dios. Fue imposible no evocar en ese momento la imagen de la Virgen María, quien se sintió caer al ver a su Hijo crucificado, pero permaneció de pie, besando sus pies y entregándoselo a Dios, sin preguntarle porqué.
Sharon no sólo sostenía a Alan, sentí que también me consolaba a mí, que estaba anonadada frente a tanto dolor, pero sobre todo, frente a tanto AMOR.
No sé si los voy a volver a ver, pero tengo la certeza de que esta experiencia va a hacer eco en mi corazón por el resto de mi vida. Realmente el amor todo lo espera y todo lo soporta.
Charo C.
Misionera Argentina, en el Punto Corazón San Salvador