Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”.
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”.
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
Palabra de Dios
P. Gustavo Gatto sacerdote de la Diócesis de Villa María
Nuestro Dios es un Dios de vivo, no de muerto, dice Jesús. El centro de nuestra fe es, que Jesús muerto ha resucitado, ha vendido la muerte y nos ha regalado su espíritu viviente para que nosotros que , por su gracia creemos en Él, tampoco experimentemos la muerte para siempre.
Jesús ha venido para que tengamos vida y una vida abundante, plena y eterna. Una vida que nos ayude a vivir en plenitud este caminar histórico hacia el encuentro de Jesús y nuestros hermanos.
Somos testigos de la resurrección porque creemos que Dios está vivo en nuestros corazones.
¡Bendecido fin de semana!