Estamos ya en diciembre, en camino hacia la Navidad. Camino que se recorre corazón adentro y que nos convoca a lo importante y esencial, conectándonos con lo verdadero y trascendente.
Sin entrar en lo vertiginoso de estos tiempos y su lado comercial que puede llegar a marearnos, vamos a zambullirnos en la hondura de los regalos.
Compartiendo con amigos, surgía que hacer regalos nos hace Bien: a los dos y a quien se nos cruce, porque uno anda contento y lo transmite a los demás. Es alegría que se contagia: “¡mira lo que me regalaron!”, solemos compartir.
A veces llegan por un acontecimiento especial como un cumpleaños, un logro, o por agradecimiento, en otras, es simple y maravillosamente porque lo que acontece es la Vida misma.
Regalar nos salva del egoísmo, ensancha nuestra capacidad de amar al descentrarnos y poner el foco en el otro.
Uno regala pensando en aquel, en sus gustos, en sus anhelos, en cómo está hoy. Implica conocerlo, estar atento … aunque es verdad que a veces la vida nos presenta la posibilidad de regalar un detalle a alguien que tal vez es nuevo en nuestro andar, o que aparentemente sea por algo circunstancial, pero en Fe, también providencial.
Los obsequios tienen múltiples formas y modos, hay regalos que vienen tejiéndose en mucho tiempo de búsqueda, hay otros que surgen espontáneamente, o están aquellos cotidianos a los que tenemos que sacarle el manto de la costumbre. ¿Acaso no es regalo llegar a tu casa luego de la facu o el trabajo y tener la cena lista? ¿No es un regalo que tu amigo compró las facturas que más te gustan cuando se iban a reunir? ¿No es un regalo ese “¿y, cómo te fue en el final?”, luego de rendir. ¿No es un regalo la ofrenda, la oración por vos?
Paradójicamente, los regalos más valiosos no suelen estar en la vidriera, y nunca van a estar en liquidación ni van a quedar atrás en la próxima temporada, son inconmensurables y como todo lo amado, no tienen vencimiento, siempre siguen haciendo Bien.
Pensemos qué regalos hemos recibido hoy, demos gracias por ellos pero también por aquellos que pasamos por alto.
Pensemos en qué regalo podemos dar, a quien, cómo: demos el paso. Amar siempre nos encuentra con lo mejor de nosotros.
Si bien es importante el qué, es más el cómo y el mismo gesto de regalar lo que es fuente de vida. Se trata de darse en aquello que regalamos. En que regalar es un lenguaje del Amor. Un sinónimo de regalo es “presente”, y así es, los gestos de amor están habitados, no van vacíos.
Martín Descalzo reflexionaba acerca de “qué gran felicidad es poder preparar con nuestro trabajo la felicidad de otros seres. Regalar es siempre un regalo para el que regala”.
Dios nos dé la Gracia y renueve nuestros intentos cotidianos de amar, porque amar es regalar la frescura de la Vida en Abundancia, porque así como Dios nos amó tanto que nos regaló a Su Hijo, así también nos convirtió a nosotros en regalo para los demás.
Pero, ¿no será mucho? Tal vez estamos exagerando.., sin embargo, aunque nosotros sólo nos veamos con el envoltorio medio roto, con el moño desarmado, más a ésta altura del año, somos obra de un Dios enamorado, que nos hizo regalo. Es cuestión de “abrirnos al regalo que somos”.
Luz Huríe