Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: “Ven y colócate aquí delante”.
Y les dijo: “¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?”. Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: “Extiende tu mano”. El la extendió y su mano quedó curada. Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
Palabra de Dios
P. Héctor Lordi
Jesús insiste que la ley del sábado está al servicio del hombre y no al revés. No es el hombre para la ley, que termina siendo un esclavo. La ley está al servicio del hombre, es una ayuda. Por ejemplo yo siempre digo que si la ley no nos ayuda a vivir la caridad fraterna no sirve para nada. La ley mata, el amor da vida.
Jesús delante de sus enemigos que espían todas sus actuaciones, cura al hombre de la mano paralizada. Lo hace a propósito en la sinagoga y en sábado. En sábado estaba prohibido hacer sanaciones. Jesús quiere demostrarles que la persona está por encima de la ley. Para ayudar a los demás no debe haber ninguna ley que lo impida. Ni el Estado ni la Iglesia tienen derecho a prohibirnos a vivir la caridad hacia los demás.
Jesús pone a prueba a todos los presentes: ¿se puede curar a un hombre en sábado? Y ante el silencio de todos, dice el evangelio de Marcos que Jesús les dirigió «una mirada de ira», «dolido por la dureza de sus corazones». Algunos, al encontrarse con frases de este tipo en el evangelio, tienden a hablar de la «santa ira» de Jesús. Pero aquí no aparece lo de «santa». Sencillamente, Jesús era Dios pero también hombre verdadero. Y se enfada, se indigna, se enoja, se pone triste. Porque estas personas, encerradas en su interpretación exagerada de una ley, son capaces de quedarse cruzados de brazos y no ayudar al que lo necesita. Son fríos, son indiferentes, son de corazón duro. ¿Cómo puede querer eso Dios? Hoy también nos encontramos con personas así que no ayudan a nadie, son fríos e indiferentes.
Al verse puestos en evidencia, los fariseos «se pusieron a planear el modo de acabar con Jesús». Así reaccionan los malos. Quieren matar al que hace el bien, y si no pueden, al menos lo despotrican o lo odian, y lo matan en su corazón.
Muchos se preocupan por una ley minuciosa más que del bien de las personas. Se encierran en la ley fría que hay que cumplir, y desatienden a la persona, sobre todo de las que sufren. Pero la ley suprema de Cristo son las personas, la salvación de las personas. Ojalá que nunca perdamos la sensibilidad para hacer el bien a los demás pasando por encima de las leyes rígidas que destruyen a las personas. Al que es legalista solo le interesa hacer cumplir leyes y no mira a la persona. Hay quienes se comprometen con las leyes y su cumplimiento rígido, y no con las personas que necesitan ayuda. Se comprometen con las estructuras y leyes, pero no con las personas. Y esto no es evangélico, ni cristiano. La ley mata, solo el amor da vida, solo el amor hace vivificar a la persona. Una persona con la mano paralizada se siente un inútil. Que importante es la mano, muchas veces no nos damos cuenta, hay quienes la valoran solo cuando está inutilizada. La mano es importante para el trabajo digno, para asearse, para comer, para acariciar, para bendecir. Hay quienes la usan para el mal, para el robo, se dice que meten la mano en la lata, usan las manos para la corrupción, para golpear, para abusar, para castigar. Que podamos usar las manos siempre para el bien. Que Dios nos bendiga en el nombre del Padre, del Hijo, y del ES, amén.