Evangelio según San Marcos 3,22-30.

viernes, 19 de enero de
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Los escribas que habían venido de Jerusalén decían de Jesús: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios».  Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: «¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».

 

Palabra del Señor

 

 

 

 


 

 

 

 

 

Sus familiares decían de Jesús que estaba exaltado, que estaba loco. Eso fue cuando veían que atendía a la gente y no tenía tiempo ni para comer. Al menos la familia lo apreciaba y le decían esto como para que se cuidara. Pero peor era lo que decían de Jesús los doctores de la ley venidos de Jerusalén: «tiene dentro a Belcebúl y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

Esto parece ridículo. Es absurdo. ¿Cómo puede alguien luchar contra si mismo? ¿Cómo puede ser uno endemoniado y a la vez expulsar a los demonios? Sería como expulsarse a sí mismo, sería como golpearse a sí mismo o lastimarse a sí mismo. Parece raro, ridículo.

Es cierto que hay lucha entre el espíritu del mal y el del bien. Pero Jesús vence. La victoria de Jesús, arrojando al demonio de los poseídos, es un signo que llegó el Reino de Dios. Es la señal de que ya ha llegado el que va a triunfar del mal, el Mesías, el que es más fuerte que el malo. Pero sus enemigos no quieren reconocerlo. Por eso merecen el duro ataque de Jesús: lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino. Eso es terrible.

Nosotros no somos ciertamente de los que niegan a Jesús, o lo tildan de loco o de aliado del demonio. Al contrario, no sólo creemos en él, sino que lo seguimos y vamos meditando su Evangelio que es su Palabra iluminadora. Nosotros sabemos que ha llegado el Reino y que Jesús es el más fuerte y nos ayuda en nuestra lucha contra el mal.

Podríamos preguntarnos si alguna vez no queremos ver lo que tendríamos que ver, en el evangelio o en los signos de los tiempos. Muchas veces no es por maldad. Más bien puede ser por pereza o por un deseo de no comprometernos con lo que Cristo nos está pidiendo.

Es bueno que nos examináramos si nos parecemos algo a esos letrados del evangelio: ¿no tenemos tendencia a juzgar mal a los que no piensan como nosotros, en la vida de familia, o en la comunidad, o en la Iglesia? Tal vez hoy no decimos que están poseídos por el demonio, pero sí es posible que los etiquetemos como pobres personas, sin querer apreciar ningún valor en ellos, aunque lo tengan. Decimos: pobres tipos…

Jesús nos invita a no quedarnos indiferentes y perezosos, sino a resistir y trabajar contra todo mal que hay en nosotros y en el mundo. Trabajemos como decían nuestros abuelos para hacer el bien sin mirar a quien.

Que Dios nos bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

 

Oleada Joven