Hoy quiero una fe como la de Simeón, Señor.
La fe de un alma que no esté en paz hasta encontrarte y ver Tu rostro.
Y que no necesite más que encontrarte por primera vez para sentirme lista para ir eternamente a Tu lado.
Deseo, al igual que Simeón, poder escuchar la voz de Tu Espíritu para, así, seguirla.
Y también la confianza y la obediencia para comprender que, a donde Tu voz me guíe, no tendré que temer.
Amén
(Reflexión a partir de Lc 2,22-40)
Vicky Carreño
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