Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente…
Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedense pues con él de buena gana. No pierdan una ocasión tan favorable para tratar sus intereses en la hora que sigue la comunión.
Santa Teresa de Ávila