Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: “Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.
Palabra de Dios
P. Matías Burgui sacerdote de la Aquidiócesis de Bahia Blanca
Estamos transitando este miércoles de la primera semana de cuaresma; un tiempo donde el desafío por encontrarnos más de cerca con el Señor es lo que tiene que ir motivando, alentando y orientando también nuestra vida, nuestro camino espiritual y nuestra propia experiencia de fe. En el evangelio que compartimos hoy, Lucas 11, 29 – 32, encontramos al Señor que comienza a lamentarse al ver a la multitud que se apretujaba. A Jesús le cuesta ver la dureza de los corazones y que la gente se resista a creer en Él a pesar de recibir signos. Por eso te invito a que meditemos algunas realidades que nos sugiere la Palabra.
En primer lugar, hacer revisión. Vemos a un Jesús un poco distinto al que estamos acostumbrados, un Jesús que le reprocha a la multitud sus actitudes. Les dice: “esta es una generación malvada”. Y esto llama la atención, porque uno se tiene que detener a pensar un poco qué significa esto de “ser malvado”. Tal vez lo podemos llevar a nuestra vida y ver que a veces hay en nuestro interior algunas cosas que deberíamos cambiar. Y la realidad es que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, con capacidad de amar y de ser amados por Dios y por los demás, pero podemos caer en la costumbre, podemos caer en la tentación, dejamos pasar por alto esto, nos olvidamos y vamos llenando nuestro corazón de cosas que nos van vaciando de sentido y de propósito. Es ahí cuando caemos en malas actitudes. Entonces, podríamos seguir con este camino cuaresmal preguntándonos si hay cosas que cambiar en nuestra vida interior. ¿Qué actitudes nuestras les duelen a Dios y a los demás? Quizás actuás mal, te hacés eco de un chusmerío, te falta solidaridad, no confiás en las personas, te cuesta perdonar, cerrás la puerta al otro. Bueno, cuánta malicia puede haber en nuestro corazón hoy. Por eso, es necesario revisar nuestra vida, nuestra historia y dejar todo en manos de Dios. Justamente para eso está la reconciliación. Por eso, hermano, hermana, qué lindo que en esta cuaresma te propongas renunciar a toda malicia en tu corazón, que pongas esfuerzo en buscar al Señor y dejar brotar un poco todo lo bueno que hay en tu vida. Que eso sea lo que en estos tiempos destaque con más intensidad.
En segundo lugar, confiar en los signos de Dios. Esto es algo que a lo largo de estos días también venimos compartiendo: saber que Él siempre está. Dios siempre te va a dar signos en tu vida, siempre te va a dar una ayuda. Signos que te llevan a darte cuenta de que él es el que te llama, el que da sentido a tu vida, el que te ama, el que te sostiene, el que quiere estar con vos. Entonces, no se trata tanto de pedir más signos, sino de ser capaces de descubrir los que ya están, los que estuvieron y también los que van a estar. Lo que pasa es que muchas veces tenemos el corazón en otra sintonía. O peor aún, pedimos señales de Dios, pero cuando esas señales no coinciden con nuestra voluntad, nos hacemos los distraídos, nos ponemos molestos, nos enojamos, incluso a Dios lo podemos poner en penitencia. Preguntate también: Cuando la voluntad de Dios no coincide con la tuya, ¿cómo reaccionás? ¿Sos dócil a la voluntad de Dios, seguís y buscás ese camino? Por eso, acordate de aquella frase de san Agustín: “Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”. Asumila, hacela tuya y ofrecela al Señor. No vaya a ser cosa que, por estar distraído, la cambies por un “dame lo que te pido, y no me pidas nada”. Confiá en los signos de Dios en tu vida, porque lo mejor está por venir. Recordá que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.
Por último, la conversión es un camino. En este pasaje vemos al Señor sufrir por la incredulidad de la multitud. No solamente la de la gente de su época, sino también por la nuestra hoy en día. Vos fijate cómo a veces somos cerrados, desagradecidos, desconfiados a la hora de acercarnos a Dios. Entonces, la Palabra nos pone el ejemplo de Jonás. ¿Qué hizo Jonás? Predicó en Nínive y la gente se convirtió. La conversión es un camino de todos los días, confiando en que el Señor es más grande: “aquí hay alguien que es más grande que Jonás”. Jesús es más que tus limitaciones, que tus miedos, que tus angustias, incluso que tus popios pecados. Por eso, proponete tener una mirada sobre vos, pero con los ojos de Dios, confiá en el Señor y pedile su gracia para cambiar en lo concreto. Hay que tener metas a corto, mediano y a largo plazo. El señor está esperando ese cambio en tu vida. Tenete paciencia, respetá en tus procesos, amá lo que sos y tus circunstancias y ponete a pensar en el amor que Dios te tiene. Que tu compromiso, entonces, sea un “dejarlo al Señor entrar en tu vida en serio” y que Él te vaya mostrando el camino.
Que tengas un buen día y que la bendición del Buen Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.