Evangelio según San Lucas 4, 24-30

miércoles, 28 de febrero de
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Jesús dijo: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

 

Palabra del Señor

 

 

 

 

 


P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito del Monasterio de los Toldos

 

 

En el evangelio de Lucas nos encontramos con Jesús que fue a la sinagoga de Nazaret a participar del culto como buen judío. Generalmente se rezaban los salmos, se leía algún profeta, en este caso al profeta Isaías que dice: el Señor me envió a evangelizar a los pobres. Luego alguno de los presentes podía hacer algún comentario, una especie de homilía. Es lo que aprovechó Jesús. El da cumplimiento en su persona al texto de Isaías. Hoy se ha cumplido. Pero no siempre es fácil predicar a los conocidos. A él los paisanos de Nazaret lo conocían bien, como el hijo de José el carpintero. Entonces les cuesta aceptar su mensaje. Eso suscita envidias, celos, broncas y hasta odios. Por eso Jesús dice que ningún profeta es bien recibido en su tierra o en su familia. Y esto lo dice por experiencia, es algo que vivió. El experimentó el rechazo de los suyos. Tal es así que la bronca fue tan grande que quisieron matarlo llevándolo a la parte alta de una colina para tirarlo de cabeza. Pero Jesús con toda libertad pasó por en medio de ellos y siguió su camino. Aún no había llegado su hora. La hora de su muerte y glorificación.

Tengamos cuidado que no diga de nosotros vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Jesús vine a nuestro encuentro, pero podemos estar en otro programa y no descubrirlo. Que no nos pase como ese adolescente que estaba esperando el colectivo, se puso a pavear, y el colectivo siguió de largo. No perdamos el colectivo. No dejemos que Jesús siga de largo. Por ahí estamos entretenidos en otra cosa, y no descubrimos su visita. Jesús está viniendo permanentemente a nuestro encuentro. El nos está visitando de mil maneras. Estemos atentos a las visita. No pidamos más maravilla, las maravillas ya están, nos falta capacidad de maravillarnos. Estemos con el corazón abierto para descubrir a Jesús en la Palabra, en la eucaristía, en cada hermano, en cada hermana, y en los acontecimientos. Que podamos recibirlo en la casa de nuestro corazón con los brazos abiertos y la sonrisa en el rostro. Que se pueda decir de nosotros: vino a los suyos y los suyos lo recibieron con alegría.

 

 

Oleada Joven