Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: “Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará”.
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”. El les respondió: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”. Ellos le dijeron: “Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”.
Jesús les dijo: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?”. “Podemos”, le respondieron. Entonces Jesús agregó: “Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados”.
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.
Palabra de Dios
P. Matías Burgui, sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca
En el evangelio de hoy, Marcos 10, del 32 al 45, la palabra nos muestra a los discípulos, que seguían a Jesús mientras él subía a Jerusalén. El Señor se los dice abiertamente: sube a dar la vida por amor. Sin embargo, como suele suceder, los apóstoles están en otra sintonía y se preocupaban por asegurarse una posición. Tratemos de llevar esta Palabra a nuestra vida y de meditar un poco.
En primer lugar, no tengas miedo.
Fijate qué curiosa esta descripción de la situación de los discípulos: “Ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo”. Esto a lo mejor también te esté definiendo un poco a vos hoy, porque a Jesús muchas veces lo seguimos con miedo. Pensamos en la gloria, pero nos olvidamos que antes hay que pasar por la cruz. Por eso, es importante el seguimiento, pero ese seguir al Señor tiene que convertirse en una vida confiada en un saber que no estás solo y que él no te va a abandonar. Hay que revisar cómo venimos caminando, hay que ver si el miedo nos está comiendo el corazón. Volvé siempre a ese primer amor, a ese que hizo que te pongas en camino. Jesús no te abandona, que el miedo no te paralice.
Toda vida exige opciones y toda opción tiene exigencias. No tengas miedo de seguir a fondo al Señor. Cuántos jóvenes hay hoy, chicos y chicas, quizás vos seas uno de ellos, que no se animan a seguirlo al Señor en el sacerdocio, en la vida religiosa o en el matrimonio porque tienen miedo a sufrir o pasar por momentos dificiles; bueno, miralo siempre a Jesús, Él se juega y da la vida, no mezquina su amor a vos. Preguntate a qué cosas hoy le tenés miedo y entregalas al Señor.
En segundo lugar, no seas interesado. Lo que viene de Dios siempre es lo mejor.
Vemos que la búsqueda de poder también se quiere meter entre los discípulos: “que uno esté a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Y claro, esta es una tentación constante para el discípulo. Pero quien quiere seguir a Jesús no puede darse el lujo de caer en la búsqueda del poder y dejar de lado el servicio o, peor aún, serrucharle el piso al hermano. Acordate que el verdadero poder es el servicio. No lo sigas al Señor poniendo condiciones o expectativas, seguilo desde el amor que responde al amor. Decile a Jesús como san Agustín: “dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”. Que tu seguimiento no sea “un dame lo que te pido y no me pidas nada”, sino al revés. Si querés encontrarte con el Señor, abandonate en Él y Él te va a dar la gracia para ser desprendido y entregado a su amor.
Que tu seguimiento sea un ir del entusiasmo al compromiso, del miedo a la confianza, del encontrar al compartir, de lo pequeño a lo grande, pero siempre con Jesús en el medio.
Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.