Si el mar por el que el mundo se derrama tuviera tanto amor como agua fría, se llamaría, por amor, María y no tan solo mar, como se llama.
Si la llama que el viento desparrama, por amor se quemara noche y día, esta llama de amor se llamaría María, simplemente en vez de llama.
Pero ni el mar de amor inundaría con sus aguas eternas otra cosa que los ojos del ser que sufre y ama,
ni la llama de amor abrasaría,
con su energía misericordiosa, sino el alma que llora cuando llama.
Autor: Francisco Luis Bernárdez