Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Palabra del Señor
P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito del Monasterio de los Toldos
Estamos ante la Transfiguración de Jesús. Jesús se transfigura, se vuelve radiante, resplandeciente, como si hubiese resucitado. Es una visión anticipada que nos hace de lo que será luego resucitado. A los tres apóstoles predilectos, Pedro, Santiago y Juan, que son sus amigos más íntimos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su manifestación divina. Se oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando la victoria que seguirá después de la cruz.
La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escúchenlo». Y hoy es una invitación a todos nosotros, a escuchar a Dios. El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena. No es muy feliz su petición, primero se negaba a aceptar la cruz. Ahora que está en momentos de gloria, quiere instalarse y hacer tres carpas. El evangelista Marcos cuenta que no fue muy brillante la intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía». Como que Pedro hace el ridículo. Cosa que hacía con frecuencia.
Nosotros creemos en Jesús Resucitado, que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia gloriosa. Son como las dos caras de la misma moneda: la cruz y la gloria. Del otro lado de la cruz está la gloria. Sabemos muy bien que «la pasión es el camino de la resurrección». No todo termina en la muerte de Jesús. Después de la cruz viene la gloria. El misterio de la gloria ilumina el camino de la cruz.
Esperemos que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, que aquí quiere construir tres carpas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. Pero no quiere oír hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil, pero rehúye lo exigente. Así somos nosotros. Estamos ante nuestro propio retrato. Pero no debemos ser así, tenemos que estar con Jesús en las buenas y en las malas.
Recibimos la gran revelación de Dios cuando nos dice de Jesús: «Éste es mi Hijo amado: escúchenlo». Cada día deberíamos escuchar la Palabra de Dios, y más concreto la voz de Cristo en su evangelio como lo estamos haciendo ahora. ¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro que quiere enseñarnos? ¿Le prestamos atención? ¿O lo que nos dice nos entra por una oreja y se nos va por la otra? ¿La escucha frecuente de lo que Jesús nos dice a través de los evangelios va cambiando mi vida? Son preguntas que nos vamos haciendo porque queremos crecer. Sigamos creciendo entonces con la gracia y la bendición de Dios: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.