Evangelio según San Mateo 17, 22 – 26

viernes, 10 de agosto de
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Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?». «Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?». Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti».

 

 

 

Palabra del Señor

 

 

 


P. Héctor Lordi, monje benedictino del monasterio de Los Toldos

 

 

 

Era costumbre que los israelitas mayores de veinte años pagaran, cada año, una pequeña ayuda para el mantenimiento del Templo de Jerusalén. Este era un impuesto distinto que el que se pagaba a los romanos, la potencia ocupante. Jesús seguramente pagaba cada año este impuesto como uno más. No tenía privilegios como suele pasar hoy. Cumple las obligaciones del buen ciudadano y del creyente judío. De por sí, el Hijo de Dios no tendría por qué pagar un impuesto en su casa, en el templo, la casa de Dios, la casa de su Padre. Pero, para no escandalizar a nadie, Jesús paga el impuesto.

Lo del pez resulta difícil de explicar. No se sabe bien, pero puede ser real. Para Dios nada es imposible. A veces en la boca de un pez que tenía la boca ancha se encontraban monedas que se tragaban. Ahora le encuentran una moneda que podían pagar por Jesús y por su amigo Pedro.

Más allá de esta misteriosa anécdota, nos hace ver que Jesús no se aprovecha de ningún privilegio, como hay privilegios sacerdotales o episcopales tan común en nuestros días. Jesús era un israelita que vivía en su pueblo como uno más siguiendo las costumbres de su gente. Me hace acordar el episodio que todos conocemos de Francisco. Cuando estuvo en Roma por la elección del papa fue pensando que regresaría a Buenos Aires. Pero Dios lo quería papa, y cuando lo eligieron, al retirarse del hotel pagó su estadía como uno más. A Francisco no le gustan los privilegios como algunos, y sigue bien el evangelio de Jesús hasta en estos detalles. Cuando Jesús de bebé fue circuncidado sus padres pagan la ofrenda de los pobres que era un par de palomitas. También en otra ocasión ya de adulto, no quiso mezclar la política, y dijo den lo que a cada uno le corresponde: den al César lo que es del César.

Lo del evangelio de hoy se trata de un impuesto religioso, era para ayudar al culto del Templo. Jesús no se borró. Es bueno si en las comunidades a las que cada uno pertenece están colaborando en el mantenimiento. O colaborar en la radio que es un servicio a la iglesia en la evangelización. Puede ser una ayuda material o espiritual. Ante las necesidades tenemos que colaborar y no hacernos los tontos borrándonos. Para mantener el templo es bueno ayudar con algo, o con dinero o con algún servicio, o trabajo. Hay que hacer algún aporte concreto.

Jesús hizo cosas a las que, por su calidad de ser el Hijo de Dios, no estaba obligado. Sin embargo, para que su actitud no ofendiera el sentir común, paga el impuesto para ayudar al templo, que tenía un significado religioso. Ante ciertos deberes sociales, el ejemplo de Jesús nos enseña a ayudar, o colaborar al bien común. Nos enseña a saber cumplir, como cristianos que estamos en el mundo sin ser de él, los deberes sociales y políticos de las sociedades en las que nos desenvolvemos. Todos tenemos derechos y obligaciones, y esto empieza en casa.

 

 

 

 

Oleada Joven