En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia- como había anunciado a nuestros padres – en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.» María permanceció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Palabra de Dios
P. Matías Burgui, sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca
En este miércoles 15 de agosto celebramos la solemnidad de la asunción de la virgen María. Acordate que es día de precepto y que, si bien no es feriado en nuestro país, la Iglesia nos sugiere acercarnos a celebrar la Eucaristía en comunidad como si fuera un domingo. La asunción de María es una de las fiestas más queridas dedicadas a nuestra madre del cielo y se refiere a la “dormición” de María y su pasar en cuerpo y alma al cielo. Este dogma de fe, como todos, se funda en la Palabra de Dios y en la creencia que se remonta a los tiempos apostólicos.
Justamente, en consonancia con la fiesta, en el evangelio de hoy vemos el Magnificat, Lucas 1, 39 – 56, nos ayuda a detenernos, a meditar y a profundizar en este misterio tan grande de María, que siempre nos lleva a Jesús. Te invito a compartir algunos puntos de este cántico de María:
En primer lugar, María te muestra el camino.
Yo creo que no hay cosa más linda que experimentar ser hijos de Dios y tener a María por madre. Ella es quien te señala el camino, pero también quien te ayuda a recorrerlo. Ella es la que te muestra el horizonte y cómo de verdad se cumplen las promesas de Dios. Vos fíjate que María creyó y por eso Dios la colmó de alegría. Por eso dice: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. Me animo a preguntarte: ¿vos, te estás alegrando en Dios? ¿Vivís tu vida con el gozo del Evangelio o preferís quedarte en el llanto? Acordate que en María tenés consuelo, en ella tenés esperanza y una madre que te levanta cuando más lo necesitás. Hoy no es un día para el llanto, sino para la alegría de saber que no estás caminando en soledad. El camino siempre es Jesús.
En segundo lugar, viví la disponibilidad.
Llama la atención esta actitud de María, que no mira sus necesidades, sino que sale a la búsqueda de su prima Isabel. María vive entregada al plan de Dios, vive con docilidad y disponibilidad. No entiende todo, pero sabe que su vida ya no es más su vida, ya no sola. Por eso se manifiesta el Espíritu Santo, porque hay apertura a la gracia, a la presencia de Dios. Vos fíjate que, siempre que aparece María, está el Espíritu Santo. Te dejo entonces esta tarea, animate a pedir, por intercesión de María, que el Santo Espíritu de Dios te ilumine en eso en lo que más te cuesta servir, en ese lugar donde más complicado se te hace descubrir la presencia de Dios. Vas a ver cómo todo se va a transformar.
Por último, no pierdas nunca la esperanza.
Quien se sabe hijo de María, es hombre, es mujer de esperanza. La esperanza tiene que ver con la confianza en Dios. Quien vive en la esperanza descubre que Dios tiene un tiempo para todo y que, aunque quizás sus tiempos no sean los de Dios, aprende a confiar sabiendo que Dios no abandona.
María entendió esto y fue mujer de esperanza. La esperanza es una espera activa, y que por lo tanto no es quedarse sin hacer nada. Hoy mirala a María, mirá su espera y pregúntate cómo viene tu paciencia. ¿Sos muy autoexigente, te cuesta perdonarte, te come la ansiedad? Bueno, quizás sea momento de cambiar el rumbo para llenarte de la paciencia de Dios.
Trabajá para no deprimirte; contagiá la alegría de estar en la aventura de confiar y arrojate a la esperanza, porque Dios no defrauda. La vida eterna te espera allá, vivila desde acá.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.