Hay momentos de la vida que quisiéramos evitar. Nuestro instinto de supervivencia nos hace alejarnos de esas situaciones, automáticamente, para no sufrir. Y cuando estamos en ella sin tener otra posibilidad más que permanecer… ¡cómo cuesta!
Los cristianos vivimos con la certeza de que Dios permite todo lo que sucede… y en estos momentos inevitables, al saber esto, no nos queda otra que resignarnos, y ceder el control, dejar que suceda.
Si bien hay que dejar que las cosas continúen su curso e ir intentando acomodarnos como podamos ante la realidad que está sucediendo, no tenemos que quedarnos a un costado, anhelando un buen momento o pensando en qué hicimos o qué no hicimos para permitir esta situación.
En estos momentos podemos traer a la mente y al corazón al Maestro, a Jesús. Él también pasó por la dificultad, por la agonía, por el dolor. Y tuvo la capacidad de mirar más allá, de no seguir ese instinto de bienestar, eligiendo lo fácil y lo más cómodo. Estoy seguro de que lo que lo mantuvo firme en el sufrimiento, sin dar un paso atrás, fue tener viva la esperanza en que todo tenía un por qué y un para qué, que era más grande que Él y sus fuerzas… y, obviamente, que todo (pasado-presente-futuro) estaba en las manos del Padre.
Traer a la memoria la vida de Jesús, te va a ayudar a mantener viva en vos esta esperanza cuando pases por momentos en los que sentís que el Señor te pide algo que te cuesta, o que permite una situación difícil en tu vida. Dios te va a recompensar, tu vida va a ser más plena, más llena, más completa… sí, hay un día en que no vas a tener que esperar más: la tormenta va a pasar y el gozo te va a inundar el corazón.
Hay momentos en que vas a sufrir. Sí, como todos, pero la alegría va a ser aún mayor que el sufrimiento.
Y de a poco vas a ver como se da un cambio en tu vida. Como Jesús después de la cruz, resucitó, volvió a la vida, así va a pasar en vos.
Las entregas te curten. Después de resistir y aguantar en la tormenta ya no volvés a ser el mismo de antes (algo de vos muere, pero también hay algo que nace o renace). Cuando te entregas, cuando te dejas “trabajar” por Dios, hay un cambio.
Quizá no es un cambio externo y las circunstancias siguen siendo las mismas. No cambia lo que te pasa, lo que te rodea, lo que hay en tu vida, aunque hay veces que Dios si permite ese cambio. El cambio que siempre se da, es un cambio interno.
Aún así, lo que te pesa te va a seguir pesando y también va a seguir existiendo, y probablemente nunca desaparezca. Tus miedos, tus dudas, tus mañas, tus bajones van a seguir estando (si Dios quiere, obviamente).
Pero, entonces ¿Cuál es el cambio?
Creo que cuando llega la calma después de una tormenta en la que le hemos entregado al Señor nuestra vida y todo lo que nos pasaba, el cambio que se da es que te encontrás con la certeza de que tu vida está sostenida por alguien más, que tu vida ya no pasa sólo por vos, sino que tenés en quién confiar.
Y ahí podes descansar, sin importar qué circunstancias te rodean, porque esta certeza es tan grande y tan cierta que las espinas pasan a un segundo plano, aunque sigan pinchando.
Ahí está lo distinto: el Señor se te revela en tu corazón, te regala la Fe.
Esto que pasa adentro tuyo es algo nuevo, distinto. Pero es más que un cambio: es un despertar. Porque eso que sentís que nació adentro tuyo, ya estaba presente, y siempre lo estuvo, pero en ese momento lo descubrís. Lo que cambia es que ahora lo poder ver, lo podes detectar.
Esto que vivimos al sentir dentro esta certeza, son pequeños grandes regalos que nos hace Dios. Nos deja vivenciar el misterio de la Resurrección en nuestra vida, en esta tierra. Son momentos sencillos, sin ceremonias ni fuegos artificiales; son momentos de gozo y plenitud, los cuales no podemos describir muy concretamente en palabras, pero interiormente experimentamos esa Vida Eterna, esa honda alegría que nace de la certeza de sabernos sostenidos y cuidados por las manos de un Dios, que es Padre y que nos ama, hoy, ayer y siempre, aún cuando pasamos por lo más dificil.