“El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. (Jn 3, 8)
Parto estas líneas con esta cita bíblica de San Juan, porque cada vez que la he escuchado me hace pensar inmediatamente en el Espíritu Santo y en la acción de éste en la vida y en la historia.
El otro día cuando daba catequesis les decía a mis alumnos que muchas veces los cristianos pasamos por alto la figura del Espíritu Santo. Todos lo relacionamos rápidamente a una paloma que revolotea o una llama de fuego que da calor e ilumina, pero no siempre tomamos conciencia lo que debería significar para cada uno de nosotros.
Primero se nos olvida que el Espíritu Santo también es Dios, es parte de la Santísima Trinidad y lo invocamos cada día al hacer la señal de la cruz.
El Espíritu Santo nos da vida, nos regala sus dones, nos asiste en momentos de especial dificultad, nos brinda todo aquello que necesitamos.
Como su presencia es tan sutil, tenemos que estar atentos hacia donde nos va inspirando, pero así como es sutil, se hace notar con fuerza para llevarnos cada día más cerca de Dios Padre.
Esa sutilidad de la que hablaba anteriormente podemos asemejarla a un soplo del viento, que viene y que va, alguna vez más despacio, y en otras ocasiones más rápido, pero siempre haciéndose notar, con la fuerza que viene de lo alto. El soplo va a depender de cuál sea el motivo personal o comunitario que le pidamos. Lo importante es que cuando menos lo pensamos el Espíritu “sopla donde quiere…” y tenemos que aprender a afinar el oído y aprender a “oír su voz”.
Esta reflexión inicial sobre el Espíritu Santo tiene un motivo. Y es que ha soplado con fuerza en mi país. Todos, o la mayoría saben cual es la realidad de nuestra Iglesia Chilena. Por si alguno no lo sabe, basta con decirles que hace ya varios años, mi Iglesia ha caminado en una gran crisis que tiene los ojos del mundo puestos sobre ella. Múltiples casos de abusos (sexuales, de poder…) y también encubrimiento han envuelto a nuestra Iglesia. Obispos, Sacerdotes, Consagrados/as y Laicos han sido los victimarios y cientos las víctimas que han sobrevivido a estos hechos horrorosos. No es necesario entrar en más detalles sobre algo ya conocido, y de lo cual quienes seguimos caminando junto a la Iglesia y como parte de ella, hemos en la medida de lo posible tratado de enfrentar y acompañar para que hechos así nunca más ocurran al interior de nuestra familia universal que es la Iglesia.
Estas líneas surgen a partir de lo ocurrido la semana pasada. El Papa Francisco ha dimitido del sacerdocio a uno de los rostros más despreciables de los casos de abuso. Yo debo reconocer que en mi interior también lo he despreciado. Pero como es un sentimiento que no me gusta sentir, opté por confiar en Dios para que pusiera su mano en esta situación de dolor compartido con quienes sufrieron estos abusos de cualquier tipo.
Y puso su mano hasta el final. Y aquí es donde el Espíritu Santo revoloteó con más fuerza que nunca en nuestra Iglesia, trayendo consigo un gran soplo de justicia, para que nunca más alguien tenga que verse vulnerado en su libertad y mucho menos al interior de nuestra Iglesia, donde tiene que ser un lugar donde brote la alegría de seguir a Jesús resucitado quien nos trae la esperanza eterna.
Javier Navarrete Aspée