Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Díjo entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?»
Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.”
¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjo Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»
Palabra de Dios
P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito del Monasterio de los Toldos
Jesús nos hace ir a lo esencial de la vida que es amar a Dios y al prójimo. Es el mandamiento fundamental del amor. Jesús explica quién es el prójimo. Quedan muy mal parados el sacerdote y el levita. Ambos eran considerados como “oficialmente buenos”, pero se borraron. Y por el contrario queda muy bien el samaritano, un extranjero, que no era bien visto. Sin embargo, tenía buen corazón. Al ver al pobre desgraciado tirado en el camino le dio lástima, se acercó, lo vendó, lo ayudó, lo cuidó, pagó en la posada, y le prometió que volvería. Lo atendió con mucho amor. Y todo esto lo hizo con un desconocido. ¿Dónde nos ubicamos nosotros? ¿En los que pasan de largo ante los hermanos necesitados, o en el que se detiene y emplea su tiempo para ayudar al necesitado? Muchos no necesitan ayuda económica, no todo pasa por la plata. Muchos necesitan nuestro tiempo, una mano tendida, una palabra amiga, un gesto de cariño. Cuántas ocasiones tenemos de atender a los que encontramos en nuestro camino: familiares que están tristes, un hijo que pasa un mal momento, un amigo con problemas, enfermos que sufren, ancianitos que se sienten solos, pobres, jóvenes desorientados, drogadictos que buscan ayuda, un conocido que anda bajoneado, etc.
Es más cómodo seguir nuestro camino y hacer como que no hemos visto, porque tenemos cosas muy importantes que hacer. Nos creemos gente importante ¿Donde nos ubicamos? ¿Somos como el sacerdote o el levita o el samaritano? Solo el samaritano se paró para ayudar, pero los otros, no. Los dos primeros sabían muchas cosas. Pero no había amor en su corazón. Tenían mucha cabeza, pero les faltaba corazón. Hoy también nos encontramos con gente muy inteligente pero que no tienen amor, no tienen corazón. Son fríos e indiferentes. Tienen cabeza grande y corazón chico. No ayudan a nadie y se la pasan mirando el ombligo.
Jesús es nuestro Buen samaritano. Es lo que nos pide ahora a nosotros. Hacé vos lo mismo. Nos pide que seamos buenos samaritanos unos con otros y nos ayudemos con amor. Que Dios nos regale un corazón generoso, un corazón solidario, un corazón de buen samaritano dispuestos a pararnos en la vida y ayudar al necesitado.