Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”.
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: “Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos».
Palabra del Señor
P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito
En Palestina la fiesta de bodas se prolongaba muchas veces hasta una semana, y estaba siempre acompañada de bailes, cantos, alegría, y mucha comida. Jesús para hablar del Reino de Dios usa la comparación de la fiesta de bodas. Dios es el Rey que celebraba la boda de su hijo Jesús. Muchos rechazaron la invitación y hasta mataron a los criados, que simbolizan los profetas. Estaban demasiado ocupados con sus tierras y negocios para oír la llamada de Dios. Su amor desmesurado al dinero, a las tierras y a los negocios, fue el motivo por el que no aceptaron la invitación. El dinero es el poderoso caballero que nos aparta del Reino de Dios y nos aleja entre nosotros generando divisiones. El amor descontrolado al dinero hace daño, nos transforma en idólatras, engendra muerte, destrucción y hasta acaba con la vida. Quien acapara bienes egoístamente, viviendo centrado en las cosas, termina prisionero de las cosas. Màs que poseer bienes son los bienes los que poseen al acaparador. Además no valora a las personas, sino que las manipula como objetos, y luego de usarlas hasta las mata.
Los que rechazaron la invitación, fueron castigados por el Rey, luego mandó que fueran a los cruces de los caminos e invitaran a todos los que encontraran. Así con buenos y malos se llenó la sala nupcial. Dios brinda a todos la posibilidad de entrar en su Reino, no tiene acepción de personas. Solo exige una condición que es ponerse el traje de fiesta. Esto implica revestirse de Cristo, aceptando la alegría del evangelio. Es la alegría que debemos irradiar al mundo para convertirlo en una fiesta para hacer renacer la vida y la esperanza en los corazones muertos y desesperanzados.
En las invitaciones de algunas fiestas de bodas te indican en la tarjeta que se exige traje de etiqueta. Por eso al que no quiera ponerse este traje de fiesta, que es el amor y las ganas de compartir con los demás, es mejor que no se presente en la fiesta porque no podrá entrar. El traje de fiesta simboliza el nuevo modo de vivir que nos ofrece Jesús. Es una manera nueva de relacionarnos en el amor, en la alegría, en el trabajar unidos en la evangelización y en la construcción del reino de Dios. Buscando juntos que este mundo sea más fraterno, más justo, más humano, más solidario, hasta convertirlo en la gran familia de Jesús, donde todos, sintiéndonos hermanos, podamos vivir la gran fiesta de la vida.