Jesús dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”.
Palabra de Dios
P. Héctor Lordi sacerdote de la Orden de San Benito
Nos puede resultar llamativo el consejo de Jesús de que no invitemos a los amigos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos. El motivo es que, si lo hacemos así, lo que estamos buscando es que luego ellos nos inviten. Nos puede pasar lo del dicho del que no da puntada sin hilo. Uno da pero busca sacar tajada. Es eso lo que tendríamos que evitar. Si invitamos a comer, no está mal, pero que no haya doble intención, ni luego estar esperando que nos devuelvan el favor o estar pasando factura. Si lo hacemos que sea generosamente sin esperar nada a cambio. Y esto en todas las dimensiones de la vida.
Por eso es más seguro lo que nos pide Jesús. Si seguimos el criterio de Jesús, invitando a pobres, lisiados, rengos y ciegos, estas personas no podrán pagarnos, entonces el que nos premiará será el mismo Dios. Y Dios es muy generoso. Cuando hacemos algo con amor desinteresado Dios siempre nos retribuye de una forma abundante. Dios nos retribuye siempre con creces porque a Dios nadie le gana en generosidad.
El evangelio se nos presenta muchas veces opuesto a nuestros criterios humanos y a las directrices de este mundo. El mundo tiene otros parámetros. Tenemos que cuidarnos para que no nos arrastre. Dicen en oriente que solo los pescados muertos nadan a favor de la corriente. Están muertos, entonces la corriente panza arriba se los lleva. El que está vivo va contra la corriente.
Cuando hacemos un favor a otro, sería bueno que examináramos nuestras intenciones profundas: ¿lo hacemos por amor a Dios y por amor a la persona, o bien buscamos que nos pueda corresponder? ¿nos gusta invitar solo a los ricos buscando sacar tajada, o hacemos la opción de invitar a los pobres, sabiendo que ellos no nos pagarán? Jesús, en el sermón de la montaña, nos enseñó que no tenemos que buscar el premio o el aplauso de las personas. Hay que hacer el bien sin pregonarlo, sin hacer ruido. Porque como dice un aforisma popular que el bien no hace ruido, y el ruido no nos hace bien. Buscar el ruido de los aplausos es egoísmo y no nos hace bien. Jesús nos dice que nuestra mano izquierda no sepa el bien que hace la derecha. Y entonces Dios, que ve en lo escondido, nos premiará. Tenemos que elegir. Si queremos el premio de los hombres o el premio de Dios.
Si hacemos un favor a una persona porque esperamos que luego nos lo haga a nosotros, no es amor gratuito, sino comercio. Es un trueque. Te doy para que me dés. Jesús nos había dicho: “si amás sólo al que te ama, ¿qué mérito tenés?, si hacés el bien sólo a los que te hacen el bien, ¿qué mérito tenés?” (Lc 6,32). Nuestro amor tiene que ser desinteresado, sin pasar factura por el bien que hacemos. Si hacemos favores a quienes no pueden pagarnos, Dios mismo nos pagará. Y sabemos por experiencia que Dios es un buen pagador.